4 de enero de 2013

UIO


-¡A mí no me llevan, a mí no me llevan! – gritaba desesperado intentándose zafar a cualquier costo.
Sus harapientas ropas hacían que les sea más fácil agarrarle, coincidentemente este escudo de ropa solo le era un estorbo para poder escapar. El toletazo no se hizo esperar, chilló como mujer en plenas contracciones. Varias personas de la multitud del otro extremo de la calle regresaron la vista, incluso aquellas que iban ya cambiando de dirección en la esquina lejana.
-Señor, venga con nosotros por favor. – repitió el azul uniformado con tono mandante, el otro a su lado iba a levantar de nuevo el tolete. La otra de azul - que como se ve había sido mujer dado que era más pequeña que otros dos, ostentaba su recogido cabello por detrás sin mencionar dos buenas razones por su pecho delantero para reconocer su sexo – parecía que les susurraban que no le den un nuevo toletazo.
- No, no, no – la última sílaba se le fue el deje de borracho.
Dejando la dignidad que llevaba en su mano –dígase una botella de vino Campiña- entrecerró sus dedos y dirigió un contundente puñetazo a la parte más sensible de uno de aquellos que tratan de retenerle. Menos mal el horóscopo le favorecía y acertó.
-Hijuepu… - sin acabar de completar el murmullo se agarró cargado de dolor su entrepierna, la mujer se distrajo, el otro hombre también.
Pero la maniobra de escape se le fue al caño cuando trató de correr y en sus mismos harapos se tropezó. El hombre que no tenía dolor le agarró en el piso, con una breve indicación la mujer le empezó a rebuscar de pies a cabeza. Le mandaba mano hasta más no poder, un contacto que parecía casi sensual pero que perdía gracia por las circunstancias. Una pequeña funda le alcanzó a requisar, más allá también le palpó un pan rancio, en otra esquina unos centavos y en otros lugares dos mini botellas de trópico seco. Con el tiempo apremiando le quitó las dos botellas y la fundita, inconfundiblemente era hierba; inconfundible y más para una curuchupa que se dice limpia de drogas y se porrea entre fines de semanas de depresión. Con prontitud le indicó a su otro compañero que ya estaba hecho. El adolorido ya se había recuperado y ahora trataba de dispersar a la temprana formación de una multitud. Claritos siempre son en la formación: “Eviten escándalos señores”. 
Le ayudaron ahora con delicadeza a levantarse y hasta le sacudieron el polvo el piso que no podía realmente mejorar el estado de sus ropas. El individuo les miró con desprecio. Los de azul le dedicaron agradecimientos por su colaboración y le ofrecieron acompañarle ahora a su “hogar”. El harapiento se burla por interno, qué mierda sabía estos sobre su “hogar” como si no supieran que en realidad no tienen uno, que su cama son breves siestas durante toda la noche huyendo de ellos mismos y de esos guardias nocturnos de las plazas “patrimonio cultural”, en las cuales, gente como él era inaceptable, inadecuada, una peste. Se renegaba aún más de que fueron estos tres de hoy prepis sin remedio. Vayan estos prepis a saber lo que realmente es pasar vergüenza, estos que se creen policías y no son,  pero que se creen dioses de estas calles mugrientas y empedradas con dejes del pasado pero con aspiraciones de metrópolis. De cualquier forma se manifestó inmediatamente en el ambiente (como si fuese un implantado instinto sin distinción de clase, sexo, género, raza, y melaza) la hipocresía. La hipocresía disfrazada de tolerancia que les hizo mirarse a los ojos y mantener una comunicación silenciosa con las siguientes palabras: “Váyase mejor sin escándalo, nosotros nos vamos también y nada pasó aquí. No se busque problemas.” De nuevo el tolete en mano de los dos hombres de azul, hizo que discriminara aquella sugerencia (imposición) como la mejor opción.  

Ya  sin multitud, y cruzando al esquina ya bien alejado del suceso alguien se le comienza a acercar. Una negra bien formada, con camiseta amarilla, se le puede ver el obligo. El jean descaderado luce desgastado pero qué bien le forma. Él la siente venir, aminora el paso y la regresa a ver.
-Qué fue papaíto, me´io gacho le noto – el acento se le notaba menos si se concentraba en sus labios.
- Una tanda de maricones municipales que me agarraron – raspó su voz, enfadado.
- ¡Uy! pero si yo le veo en una pieza. – dale con el acento costeño. Él sólo resopló, le habían quitado la hierba, barata, pero hierba al fin y al cabo.  Luego sonrió, la perversión no se hizo ocultar.  Se acordaba que la mujer le había tenido que rebuscar, y que de seguro entre el toqueteo le había sentido excitado. Su motivación regresó, otra vez se prendió.
- Calle, calle. ¿Mejor estás libre?
- ¿Para usted? Depende – la pregunta obvia era implícita.
- No jodas que si tengo.
-Bueno papaíto, pero no se enoje.
El par se alejó ahora a un lugar medio privado en unos baños públicos poco conocidos. Los dos eran medios opuestos, pero se llevaban bien. Los dos tenían este sentimiento compartido de odio a la ciudad, de amor, de desesperación. Porque vinieron buscando buenos días, porque les dio la misma ciudad en algún tiempos esos días buenos, porque luego les escupió la ilusión en la cara, porque ahora sólo eran una peste. El harapiento era divorciado que había salido de Cumbayork a parar en la Mejía por la puta abogada de la exmujer. La negra era una modelo en Pedernales, hasta Miss por su provincia llegó a ser, pero se negó ser poseía por el dueño de la agencia para seguir avanzando; ahora vivía de aquello a lo cual se había negado. El harapiento pensó: “Curuchupas de cuarta categoría, la vida del hereje es más sabrosa.” Enhorabuena la municipal no le había también quitado el pan rancio, ahí tenía la plata para la negra.

Ivan Egüez me enamora,
Aururu

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