20 de noviembre de 2012

Al ritmo del ciclo


¡Que resuene: ‘Ella viene del futuro’!
Tengo una perra. La sacaba a pasear todos los días. Cuando la sacaba a mi perra a pasear le conocí. A la vecina. Cuerpo de candela tenía, tan delicioso. Culo bien parado, ojos grandotes. El cabello cortito, no tan cortito pero sí cortito de esos tipos melena, y ¡uy! que parecían hebras de negros hilos con divinidad incluida. Pero si he de confesarles que entre pretensiones lo que primero le vi fueron los ojos. De color común, regular; pero tenía la  chispa, esa chispa que los ojos grandes suelen tener.  Y eso que no fue ni un nanosegundo, porque de ahí nos apartamos la mirada para seguir con el camino de cada quien.

Volviendo a mi perra, no sabía ni qué raza era. Un día la encontré, o ella me encontró a mí; algo así como con esta candela de mujer. En fin; ya pues, la cogí porque estaba sola y ella ya estaba por morirse. Chiquita aún era, la habían destetado tempranito y de seguro le han de haber botado porque no querían perros chiquitos. A veces así como animales somos, más cuando hablamos de hombre, de perros; da igual. Entre andanzas callejeras van dejando y regando cachorros, hijos, nietos; por doquier, por doquier. Bueno, la media diferencia que tenemos es que las perras si que pueden de una botar a los cachorros; nosotros también pero como que es más escandaloso y hasta en las  noticias salen, sobre todo en esas crónicas rojas de las noticias de horario familiar.  Bah, pero volviendo de la perra (que por cierto Frida le llamé, porque tenía una ceja media parecida y porque también medios rasgos esquizonotípicos; probablemente es por eso que la cogí desde un principio) a la mujer que era casi deseosa leche, porque después de todo la piel bien blanca tenía, todos los días la veía. Ella también le sacaba al perro (o perra quién sabe) a pasear. Pero clarito se notaba que otra élite era. Toda ella, con sus audífonos blancos en cada oreja, trotando, mirada al horizonte con cuello en 45 exactos grados, alta, zapatos deportivos y eso sí, siempre con brillo en los labios. O será que los labios siempre se le veían carnosos, sabrosos, todo brillantes. Sin mencionar que el perro (o perra quién sabe, otra vez) era así grande, imponente, e igual que la dueña con pelo brillante.

Ahora pasando a mi esquina, encontramos de nuevo a mi perra y a mí. Frida era como la representación animal feminina de mi aspecto fìsico (e incluso conductual a veces). Frida era una perra chaparrita, como ya les chismeé era de raza delmer seguramente, y con pelos crispos, rebeldes; a veces parecía que eran motas de pequeños hijos marrones que cubrían su cuerpo de frío. A mí,  quizá, modifiquen un poco  la apariencia que tenía la nariz media laringueñezca y no era tan delmer. Pero en comparación con la mayoría de mi alrededor, era más como algo salvaje con linaje de sangre azul. Pero bueno, este no es el punto ahora. El punto es la divina diosa que siempre me topaba cuando sacaba a pasear a Frida.  Un día, después de casi construir un altar, me atreví a hablarle. Y entre tanto le pregunté el nombre. “Maxiliana” me respondió.  El instinto me dictaba que me ría, cual paciente de instituto mental; pero me contuve, me gustaba demasiado. Le invité a mi casa. Así de una. Ni idea por qué, pero de una aceptó. Bah, yo que tenía una media como que pocilga. Una cosa por allí, otra cosilla por acá. Qué no más no tenía. Un libro, dos, veinte y cinco  por el suelo. Una planta en la esquina. Los papeles de dizque mis estudios. La ventana. El baño. Los demás cuartos vacíos. El lavabo de la cocina siempre con platos acumulándose para el fin de semana. El botellón de agua. Y la cama de la Frida cerca de la mía. Aunque para no plantar bien la mentira, en realidad no le invité. Pero todo lo demás es cierto. Lo que pasó es que le pregunté el nombre, le dije lo buena que estaba (siempre con educación) y me dijo algo como que: “Gracias, pero no me interesas”. Suele pasar muy seguido. Rechazo. Por eso es que estaba con Frida. Estamos dentro de los “rechazos”. Daba igual, sociedad de mierda. O quizá yo era la mierda de la sociedad, por eso es que mejor en una esquina estaba. No, no me consideraba un punto negro. Yo seguramente como que medio era el asterisco en medio de tanto punto. Después de todo mi cabello siempre se daba a notar, y yo muchas veces también. Algunos otros días le vi de nuevo a ‘Max’. Conversamos algunas veces. Pero de pronto la belleza se le fue cuando comenzó a hablar. O probablemente a mi me entraba el aburrimiento porque había pasado de ser una “diosa” a ser una “mortal”.  Sí, probablemente eso era. Había perdido sus poderes para convertirse en una débil humana. Que sangraba al igual que yo. De pronto otra figura de devoción se me presentó claramente, linda la figura de nueva devoción. Otro nuevo ciclo comenzó. Frida seguía caminando a mi lado, me regresaba a ver. ¿Podrá reconocerme? Eso espero, porque entre su mirada quiero que mi perra me recuerde que debo reconocer que hay mujeres del futuro y no diosas del pasado. Regresé a ver al cielo, hacía sol de lluvia. Debía regresar rápido para que a Frida no le de moquillo. 


Entre màs delirio, que verdad., 

Aururu

8 de noviembre de 2012

Rreirr


-        Simplemente no lo sé, señor.
-        No me venga a ver la cara de cojudo Ramírez – le dio otro fuerte golpe en la cara.
-        Señor, es en serio... A menos que prefiera que le mienta. – Ramírez esbozó una extraña sonrisa. Sin previo aviso su cabeza fue bruscamente tomada por el poco cabello que le queda, entre mechones que no se los cortaron bien, y hundida dentro de un pequeño cubículo del tamaño ideal lleno de agua. Pocos segundos dejaron de presionarle para halarle con fuerza en orden de mostrar su rostro mientras recuperaba la orientación que otra vez podía respirar.
-        ¿Como es esa cosilla de “a menos que prefiera que le mienta”  Ramírez? ¿ah? – preguntó el imponente tipo entre casi susurros.
-        Todo lo que recuerdo lo recuerdo mal, señor.  – contestó Ramírez impasible y casi divertido, reprimiendo carcajadas que llenarían todo la vacío y tétrico espacio de mala imitación de escena de interrogatorio.  Otro golpe fue recibido. Esta vez lo dejó un poco desorientado.
-        ¡Anda con tus excusas mediocres a otro lado, inútil de mierda! – le empujó, y cual jarrón sin vida con ruidoso estruendo sus huesos de la cara más próximos fueron a golpear el piso, junto con muchos otros músculos del cuerpo amarrado a la silla.
-        Con que me llegue a enterar que sí sabías Ramírez, te cago - esas palabras fueron como si quisieran violar y matar sus oídos, de alguna manera lo hicieron temblar. Al sentir que lo arrojaban en una esquina de la calle más próximo su pequeño interruptor se activó y comenzó a reír. A reír sin parar, despertando probablemente a todos aquellos de sus proximidades, despertando a niños para vivir una pesadilla, despertándose de su letargo de vida.
Él sabía quién era el chismoso. Un chismoso que debería ser considera héroe por tener los huevos para mandar a avisar que este temible Pancho Portilla, el mismito que le había cogido entre cuatro, era quién hacía las cuentas chuecas con comas y divisiones demás. Obvio, todo para conseguir plata pero a qué no adivinan para qué: para porros y mujeres. Y se suponía que el Portilla era el más correcto de todos y que algún día llegaría ser ejemplo nacional.
Otra vez las carcajadas le empezaron a resurgir. La estupidez de la realidad giraba ante este peculiar suceso. Los perfectos que son imperfectos, los imperfectos que siguen siendo imperfectos pero que automáticamente son rechazados. Los cuerdos que consiguen empleo para robar para supravivir, y los locos a quienes no les dan empleo y tienen que robar para tratar de vivir. Los diferentes sarcasmos de reír a grandes carcajadas estando moreteado.  Las grandes irónicas de saborear este tipo de dolor como el añorado dulce que la madre no compra al hijo berrinchudo.  Y se dio cuenta que estaba en medio de una especie de comedia de bajo presupuesto, en la cual tenía que interpretar al payaso y espectador. Sólo el maquillaje le faltaba porque la psicótica sonrisa de ironismo no se le quitaría en mucho tiempo.
Porque seguiría riendo para no llorar. Riendo para no quemar. Riendo para no matar.




Venga bueno va, esta tía a venido para algo,

Aururu