17 de septiembre de 2012

Diosas sin vestidos


Gota, gota. Pero no hay lluvia. Gota, gota. Sólo hay sol. Gota, gota. El bosque se quema. Gota, gota. Las llamas se extendieron, los bomberos no llegaron, mi casa en llamas, mi pierna amputada.

Malditos pirómanos, era lo que la gente decía.

Entonces maldito era yo.

No calculé que todo se saldría de control. Pero era inevitable, esos cerillos me llamaron, el cigarro me pedía sensualmente que lo dejara en medio de esa paja, el fuego excitantemente me llamaba para que lo observara, para que lo deseara.

Le pintan de naranja, de rojo, de amarillo; idiotas que sólo quieren retratar la pasión y no pueden lograr captar la hipnosis que el fuego posee. Esa hipnosis de invisible blanco de la llama que necesita impalpable oxígeno para sobrevivir.

¡Déjenla crecer, déjenla crecer! ¡Ignorantes, deben alimentarla!

Miro hacia el aparente blanco de la pared del hospital. Imitadores sin realidad del fuego. Observo el vació de mi pierna izquierda. El doctor ingresa, me informa que me había desmayado frente a la inhalación de los gases de las llamas Que se les dice diosas, no llamas. Mortal. Posteriormente se cree que una de mis piernas había quedado atrapada por una rama que había caído toda carbonizada y parcialmente quemándose, y es ahí donde mi miembro inferior fue calcinado. No me pude evitar reír con grueso e improvisado tono. Me entristecía no haberlo podido sentir por el estado inconsciente, me regocijaba en que la diosa que tiene el infinito calor hubiera sido alimentada con mi cuerpo.

Debería intentarlo de nuevo. Después de todo yo ya no perdería nada y completaría mi hazaña donando todo mi cuerpo.  Regalando mi cuerpo al que todos llamaban: el infierno, pero que para mí era el indiscutible cielo.

Un cielo rodeado del blanco promedio, envuelto entre las desnudas bailarinas que no ven, bailarinas ardientes, a más grados que la temperatura del sol. 

Hermoso. Hermoso


Este relato irá dentro de Las Mentes Cuerdas, de seguro,

Aururu


P.D. Todo esto casi inspirado en los últimos y tan a menudo, acontecimientos de Quito. Porque Quito grita por lluvia, y algún quiteño debe rogar que no la haya.