30 de abril de 2012

Gritos


Mi hermano siempre me suele decir que odia, aborrece que grite.
Mi voz resulta ser demasiado chillona, y cuando me lo propongo puedo dejar casi noqueado a un individuo cualquiera que se haya colocado junto a mí (por gracia desgracia de las circunstancias) y no esté preparado para ensordecerse por algo parecido al pitido de amplificadores siendo ajustados de manera rústica. 
Por otra parte, suelo pensar que mis gritos desesfrenados, y casi esquizofrénicos, son lo único que realmente poseo. Porque mi propia voz muchas veces está completamente silenciada por un cubículo de uno por diez elevedo a la menos treinta y cinco metros cuadrados.  
Y mis gritos son la respuesta a necesidades anacrónicas a teorías desarrolladas mirando la baldosa de flores verdes del baño durante la ducha.

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