28 de septiembre de 2015

Manifiesto de una mujer al borde de romper la hoja

Las veces que el esfero cae de mis manos, cuando mi estómago tiene ritmos peristálticos extraños por la falta de sustancias que desintegrar, mis ojos se decaen y las arrugas de mi frente se hacen más profundas.
Esos días, mi nariz se enfría y parezco un animal. 
Bueno fuera que fuera uno. 


Tal vez si lo soy.

 Parecería que esos son los días más pastosos, pero por el contrario son momentos de 

                             autoconsciencia exacerbada. 

Aún me parece ridículo como los estudiosos presentan una especie de descripcciones plagadas de “disminución de” cuando uno se está en este tipo de estados. 

En el abismo.

        Yo simplemente siento que todo recae abrumadora sobre mi hombro derecho, quinientos quintales de pesares.

                                Pesares, pesares. 






Hemos empezado de nuevo,


Aururu

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