20 de noviembre de 2012

Al ritmo del ciclo


¡Que resuene: ‘Ella viene del futuro’!
Tengo una perra. La sacaba a pasear todos los días. Cuando la sacaba a mi perra a pasear le conocí. A la vecina. Cuerpo de candela tenía, tan delicioso. Culo bien parado, ojos grandotes. El cabello cortito, no tan cortito pero sí cortito de esos tipos melena, y ¡uy! que parecían hebras de negros hilos con divinidad incluida. Pero si he de confesarles que entre pretensiones lo que primero le vi fueron los ojos. De color común, regular; pero tenía la  chispa, esa chispa que los ojos grandes suelen tener.  Y eso que no fue ni un nanosegundo, porque de ahí nos apartamos la mirada para seguir con el camino de cada quien.

Volviendo a mi perra, no sabía ni qué raza era. Un día la encontré, o ella me encontró a mí; algo así como con esta candela de mujer. En fin; ya pues, la cogí porque estaba sola y ella ya estaba por morirse. Chiquita aún era, la habían destetado tempranito y de seguro le han de haber botado porque no querían perros chiquitos. A veces así como animales somos, más cuando hablamos de hombre, de perros; da igual. Entre andanzas callejeras van dejando y regando cachorros, hijos, nietos; por doquier, por doquier. Bueno, la media diferencia que tenemos es que las perras si que pueden de una botar a los cachorros; nosotros también pero como que es más escandaloso y hasta en las  noticias salen, sobre todo en esas crónicas rojas de las noticias de horario familiar.  Bah, pero volviendo de la perra (que por cierto Frida le llamé, porque tenía una ceja media parecida y porque también medios rasgos esquizonotípicos; probablemente es por eso que la cogí desde un principio) a la mujer que era casi deseosa leche, porque después de todo la piel bien blanca tenía, todos los días la veía. Ella también le sacaba al perro (o perra quién sabe) a pasear. Pero clarito se notaba que otra élite era. Toda ella, con sus audífonos blancos en cada oreja, trotando, mirada al horizonte con cuello en 45 exactos grados, alta, zapatos deportivos y eso sí, siempre con brillo en los labios. O será que los labios siempre se le veían carnosos, sabrosos, todo brillantes. Sin mencionar que el perro (o perra quién sabe, otra vez) era así grande, imponente, e igual que la dueña con pelo brillante.

Ahora pasando a mi esquina, encontramos de nuevo a mi perra y a mí. Frida era como la representación animal feminina de mi aspecto fìsico (e incluso conductual a veces). Frida era una perra chaparrita, como ya les chismeé era de raza delmer seguramente, y con pelos crispos, rebeldes; a veces parecía que eran motas de pequeños hijos marrones que cubrían su cuerpo de frío. A mí,  quizá, modifiquen un poco  la apariencia que tenía la nariz media laringueñezca y no era tan delmer. Pero en comparación con la mayoría de mi alrededor, era más como algo salvaje con linaje de sangre azul. Pero bueno, este no es el punto ahora. El punto es la divina diosa que siempre me topaba cuando sacaba a pasear a Frida.  Un día, después de casi construir un altar, me atreví a hablarle. Y entre tanto le pregunté el nombre. “Maxiliana” me respondió.  El instinto me dictaba que me ría, cual paciente de instituto mental; pero me contuve, me gustaba demasiado. Le invité a mi casa. Así de una. Ni idea por qué, pero de una aceptó. Bah, yo que tenía una media como que pocilga. Una cosa por allí, otra cosilla por acá. Qué no más no tenía. Un libro, dos, veinte y cinco  por el suelo. Una planta en la esquina. Los papeles de dizque mis estudios. La ventana. El baño. Los demás cuartos vacíos. El lavabo de la cocina siempre con platos acumulándose para el fin de semana. El botellón de agua. Y la cama de la Frida cerca de la mía. Aunque para no plantar bien la mentira, en realidad no le invité. Pero todo lo demás es cierto. Lo que pasó es que le pregunté el nombre, le dije lo buena que estaba (siempre con educación) y me dijo algo como que: “Gracias, pero no me interesas”. Suele pasar muy seguido. Rechazo. Por eso es que estaba con Frida. Estamos dentro de los “rechazos”. Daba igual, sociedad de mierda. O quizá yo era la mierda de la sociedad, por eso es que mejor en una esquina estaba. No, no me consideraba un punto negro. Yo seguramente como que medio era el asterisco en medio de tanto punto. Después de todo mi cabello siempre se daba a notar, y yo muchas veces también. Algunos otros días le vi de nuevo a ‘Max’. Conversamos algunas veces. Pero de pronto la belleza se le fue cuando comenzó a hablar. O probablemente a mi me entraba el aburrimiento porque había pasado de ser una “diosa” a ser una “mortal”.  Sí, probablemente eso era. Había perdido sus poderes para convertirse en una débil humana. Que sangraba al igual que yo. De pronto otra figura de devoción se me presentó claramente, linda la figura de nueva devoción. Otro nuevo ciclo comenzó. Frida seguía caminando a mi lado, me regresaba a ver. ¿Podrá reconocerme? Eso espero, porque entre su mirada quiero que mi perra me recuerde que debo reconocer que hay mujeres del futuro y no diosas del pasado. Regresé a ver al cielo, hacía sol de lluvia. Debía regresar rápido para que a Frida no le de moquillo. 


Entre màs delirio, que verdad., 

Aururu

8 de noviembre de 2012

Rreirr


-        Simplemente no lo sé, señor.
-        No me venga a ver la cara de cojudo Ramírez – le dio otro fuerte golpe en la cara.
-        Señor, es en serio... A menos que prefiera que le mienta. – Ramírez esbozó una extraña sonrisa. Sin previo aviso su cabeza fue bruscamente tomada por el poco cabello que le queda, entre mechones que no se los cortaron bien, y hundida dentro de un pequeño cubículo del tamaño ideal lleno de agua. Pocos segundos dejaron de presionarle para halarle con fuerza en orden de mostrar su rostro mientras recuperaba la orientación que otra vez podía respirar.
-        ¿Como es esa cosilla de “a menos que prefiera que le mienta”  Ramírez? ¿ah? – preguntó el imponente tipo entre casi susurros.
-        Todo lo que recuerdo lo recuerdo mal, señor.  – contestó Ramírez impasible y casi divertido, reprimiendo carcajadas que llenarían todo la vacío y tétrico espacio de mala imitación de escena de interrogatorio.  Otro golpe fue recibido. Esta vez lo dejó un poco desorientado.
-        ¡Anda con tus excusas mediocres a otro lado, inútil de mierda! – le empujó, y cual jarrón sin vida con ruidoso estruendo sus huesos de la cara más próximos fueron a golpear el piso, junto con muchos otros músculos del cuerpo amarrado a la silla.
-        Con que me llegue a enterar que sí sabías Ramírez, te cago - esas palabras fueron como si quisieran violar y matar sus oídos, de alguna manera lo hicieron temblar. Al sentir que lo arrojaban en una esquina de la calle más próximo su pequeño interruptor se activó y comenzó a reír. A reír sin parar, despertando probablemente a todos aquellos de sus proximidades, despertando a niños para vivir una pesadilla, despertándose de su letargo de vida.
Él sabía quién era el chismoso. Un chismoso que debería ser considera héroe por tener los huevos para mandar a avisar que este temible Pancho Portilla, el mismito que le había cogido entre cuatro, era quién hacía las cuentas chuecas con comas y divisiones demás. Obvio, todo para conseguir plata pero a qué no adivinan para qué: para porros y mujeres. Y se suponía que el Portilla era el más correcto de todos y que algún día llegaría ser ejemplo nacional.
Otra vez las carcajadas le empezaron a resurgir. La estupidez de la realidad giraba ante este peculiar suceso. Los perfectos que son imperfectos, los imperfectos que siguen siendo imperfectos pero que automáticamente son rechazados. Los cuerdos que consiguen empleo para robar para supravivir, y los locos a quienes no les dan empleo y tienen que robar para tratar de vivir. Los diferentes sarcasmos de reír a grandes carcajadas estando moreteado.  Las grandes irónicas de saborear este tipo de dolor como el añorado dulce que la madre no compra al hijo berrinchudo.  Y se dio cuenta que estaba en medio de una especie de comedia de bajo presupuesto, en la cual tenía que interpretar al payaso y espectador. Sólo el maquillaje le faltaba porque la psicótica sonrisa de ironismo no se le quitaría en mucho tiempo.
Porque seguiría riendo para no llorar. Riendo para no quemar. Riendo para no matar.




Venga bueno va, esta tía a venido para algo,

Aururu

15 de octubre de 2012

Divagantes lluvias


Llovía. Llovía como algo cotidiano en mes de octubre frío casi descolorido. Un mes  casi de magia, el cual hacia que el amarillento color  del césped, que dañaba los ojos, se trasformase en verde apacible. Un verde que casi te sedaba y hacía que camines automáticamente rápido, esquivando los charcos y aumentado distancia entre la gente de la calle por los paraguas. Aumentado distancia entre la gente desconocida, entre la gente conocida, entre la gente por conocer. Una mística narradora se presenta desde el asiento detrás de una casa, donde la lluvia no le toca, o por lo menos eso es lo que aparentaba, que la lluvia no le toque.  Cuando te empieza a tocar es que empieza algo más profundo, ese leve toque que es como si se comenzara a cavar una zanja con golpes de aguja.

Esta, la narradora, se harta de mirar y va a experimentar. Se va a sentir la lluvia en lugar de imaginarla solamente. Se levanta con algunos achaques de dolores inventados, piensa en si debe o no ponerse zapatos, concluye que “hoy a la mierda todo” para posteriormente sacarse su blusa para que su pecho ,sostenido por delgadas telas conjugadas con encajes, experimente también el traqueteo que siempre se oía como impacto de dichas gotas de lluvia con el techo.  Antes de salir por un momento duda en hacerlo, pero era un patio privado y si así no lo fuese si no lo hacía hoy, la lluvia, esa lluvia que veía siempre por la ventana no iba a dudar para siempre. Salió de la habitación,  recorrió su camino hasta la puerta que le daba su objetivo. Empezaba a llover más fuerte. Otra vez dudó, no era moralmente correcto salir semidesnuda, hablando exclusivamente de su parte torácica y descalzos pies, a la luz del sol. Un pecado de lo más gravísimo entre los diversos niveles de desnudez que condenados eran, pero se volvía a repetir “hoy a la mierda todo”.

Abrió así pues la chapa, que casi por instantes se resistía a dejarle salir, para encontrarse efectivamente con la tormentosa lluvia que no parecía enojada, más bien se extendía a sí misma para dejarle al libre goce de nuestra narradora. Y nuestra narradora se repitió de nuevo “hoy a la mierda todo” para abrirse cual virgen excitada a recibir desesperadamente a la lluvia en su cuerpo. Y las gotas empezaron a caerle. Primero fue una, luego dos seguidas, pasaron a ser veinticinco y se trasformaron en más de  quinientos cuarenta y cuatro. Al principio el dolor del impacto de la pequeña primera molécula del agua recorrió con intensidad todos los receptores sensitivos de nuestra narradora; pero a medida que se expandían este dolor se trasformaba en puro placer. En exquisito manjar que casi hasta se podía gemir de la emoción, la intensidad de sentirse rodeada casi toda por el agua por el aire, por la lluvia que la bañaba casi como para transformarla en diosa sin mancha.Empezó a chillar, a gemir, a gritar, a dar vueltas, a sentirse casi poseída por el fenómeno metereológico que hasta parecía que violaba cada poro de su piel. 

Pero tal como vino, de repente la lluvia paró.

Nuestra narradora se encontró pues mojada, ahí, parada en busca de más. En busca de acallar deseo innato de continuar con aquello que cualquier tipo de satisfacción nos brinda. Pero ya no había más lluvia, ésta ya había parado. Y si volvía a llover, no sería la misma que la había cobijado como amante e hija pródiga a la vez. Sería una lluvia diferente, en última instancia la misma molécula de agua con casi el mismo enlace entre sus componentes; pero con diferente tipo de origen que aunque seguramente pareciere la misma, nunca llegaría a ser completamente igual. Y comenzó a divagar sobre cuán diferente hubiera sido este preciso momento si no se hubiera atrevido a salir semidesnuda a mojarse entre la lluvia que la llamaba. Quizá no estuviera sonriendo como tonta, sino estuviera con neutral rostro en frente de la lumínica pantalla del ordenador dos metros adentro. Todo hubiera sido diferente. ¿Ella sería diferente en ese instante? Pero por supuesto, cada día envejecía para morir, era obvio que era diferente, que siempre se trasformaba en algo efímero.

De algo estaba segura la narradora, tenía frío y por ahora necesitaba una toalla para no tener pulmonía. Secarse era la necesidad inmediata alejada de toda matriz filosófica. Después de todo la pulmonía no le iba bien, sin mencionar que no tenía dinero para el médico ni para las medicinas. Medicinas. Putas medicinas.  Lo verdaderamente  necesitaba era morfina para los pensamientos o un narcótico de conformidad; quizá así dejaría de divagar tanto y viviría más. Quizás viviría más… 


Para mi amado padre, en su cumpleaños.




El nervio trigémino se divide en tantas cosas que hasta parece medio polígamo,

Aururu

4 de octubre de 2012

Sin salida


Lucía, cual pequeña niña, fue advertida de no topar nada en el salón que entraría a continuación o advertida para que no rompa nada. Si lo hacía inmediatamente se le atarían las  manos con lo más cercano y útil que encontraran. Odiaba que la aten, le daba escalofríos, vómito, desesperación. Así que decidió no romper nada dentro de la pequeña habitación. 

Mas al momento de entrar un transparente y grandioso florero le pedía que lo tome, que lo rompa, que lo libere.

- Lucía, Buenas Tardes. 

Una voz proveniente de algún rincón de la habitación interrumpió sus ya instantáneos planes. Diligente y pausada la voz se hizo presente en la esquina, mientras se materializaba en un cuerpo humano que se dirigía hacia ella. Ahí íba de nuevo, la misma vuelta. Un terapeuta tras otro. Un psicólogo tras otro. Un psiquiatra, un doctor, un exorcista. Uno tras otro. No lo entedía porque ella debía comprender a los demás y ellos no le podían comprender a ella. 

"No mijita, no te acerques que sea niña está lacrada" 

Quizá esa frase pronunciada hace tantos y tantos años atrás fue el descandenante de una crisis grave que provocó que todos volcaran sus ojos hacia ella. No tenía nada raro: dos ojos, una nariz, cabello, buen cuerpo, buena pinta, dos piernas, dos brazos, respiraba... Era como los otros, como los otros cuerpos humanos que la rodeaban y la tildaban, y la señalaban, y que la llevaban  a "curarse". 

"¿A curarase de qué?" Se preguntaba ella misma siempre. Ellos no entendían, ellos no se daban cuenta, ellos no comprendían el bien máximo que ella había alcanzado a descifrar. Era por eso que cada cosa que pudiera rasgarla ella la tomaba y se rasgaba, con cada cosa que le gritaba salir de su cascarón ella simplemente acallaba sus gritos y lo rompía, cada vez que podía empezar a querer salir de su pellejo de piel lo intentaba. ¡Lo intentaba con todas las fuerzas que podía! 

- ¿Por qué lo haces? - le preguntó el terapeuta/exorcista/desconocido. 

-¿Hacer qué? - respondía siempre ella. 

- Lastimarte a ti misma. 

-No me lastimo.

-¿Entonces? 

-Sólo quiero salir. Salir de la prisión de mi cuerpo. ¿Es que nadie lo comprende? Estamos encerrados, encerrados, ¡encerrados! ¡Mi mente quiere ser libre! ¡LIBRE! 

Comenzó a gritar, a pararse a desgarrrar su ropa, la piel que el camino sus uñas encontraba. Comenzó a desesperarse al saber que no podía ella misma coger una tijera y partirse desde el orificio más próximo en dos. Se desesperó porque de nuevo la tomaron para amarrarla, de nuevo harían que se quede quieta, de nuevo la condenarían a una camisa de fuerza. De nuevo la condenarían a seguir encerrada. De nuevo la dejaban sin salida. 



Éste lo habiá estado pensando hace rato, pero hoy como niña perdida volvió a mis brazos,

Aururu

2 de octubre de 2012

Entre Victorias


La miró con reproche. Su mirada como las primeras veces evitaba la de él pero era lo más probable que ahora era por un tipo de vergüenza diferente.  Notó grumos en sus pestañas, aún seguía exagerando el maquillaje, pero hoy todo ya parecía totalmente diferente. El negro delineador le hizo casi ignorar que ella recogía una lágrima. Bufó para sus adentros, bufó para no abrazarla enseguida, lo que acaba de decir hacía que su parte racional le impidiera hacerlo.

-¿Estabas muy sola y me cogiste la mano por desesperación? – preguntó con rostro contrito cual actor de Cristo crucificado en medio de Semana Santa.

-Probablemente –contestó ella entre balbuceos, más lágrimas parecían querer venir de sus ojos.

-¿Por qué me lo dices ahora? -  esta vez la pregunta fue seca, sin emoción, sin rasgo de importancia.

-Es que… es que te quiero, te quiero mucho para seguir mintiéndote.

Ahora ya tan sólo “lo quería”. Antes “lo amaba”. Antes le decía que era todo para ella, antes le decía que era su alma gemela, antes le decía que la eternidad quedaría corta los dos, antes le tomaba la mano con lo que decía verdadero cariño y amor. Y justo ahora le escupía que todo fue un engaño de reemplazo de medio tiempo, un reemplazo para el carcoso mequetrefe cara de la… que además de inicuo y patán, era un puto infiel. Un tipo que ahora tal parecía volvió  a ella.

¿Qué les pasa a las mujeres? ¿Qué chucchas les pasa?

Malditas…. Malditas… benditas mujeres.

-¿Y eso es todo? – preguntó cuando se dejó de abstraer en sus propios pensamientos.

-No sé qué más decirte… - susurró – Pero no quiero que dejemos de ser amigos. – añadió rápidamente como si el discurso necesitara un final de esperanza.

No dijo nada y comenzó a caminar en dirección opuesta. No había esperanza. No para él. Necesita una botella de vodka, necesitaba irse, necesitaba correr. Empezó a correr cuando dobló la esquina. En el trasfondo de su alteración escuchaba la voz de ella gritando su nombre. Ya no importaba, era un canto de sirena el cual estaba dispuesto a ya no escuchar. 


Con inspiración de "El hombre desarmado" por Francisco Muñoz,

Aururu

Nota: Tipo de intermedio para la sucesión de historias "Victoria" 

17 de septiembre de 2012

Diosas sin vestidos


Gota, gota. Pero no hay lluvia. Gota, gota. Sólo hay sol. Gota, gota. El bosque se quema. Gota, gota. Las llamas se extendieron, los bomberos no llegaron, mi casa en llamas, mi pierna amputada.

Malditos pirómanos, era lo que la gente decía.

Entonces maldito era yo.

No calculé que todo se saldría de control. Pero era inevitable, esos cerillos me llamaron, el cigarro me pedía sensualmente que lo dejara en medio de esa paja, el fuego excitantemente me llamaba para que lo observara, para que lo deseara.

Le pintan de naranja, de rojo, de amarillo; idiotas que sólo quieren retratar la pasión y no pueden lograr captar la hipnosis que el fuego posee. Esa hipnosis de invisible blanco de la llama que necesita impalpable oxígeno para sobrevivir.

¡Déjenla crecer, déjenla crecer! ¡Ignorantes, deben alimentarla!

Miro hacia el aparente blanco de la pared del hospital. Imitadores sin realidad del fuego. Observo el vació de mi pierna izquierda. El doctor ingresa, me informa que me había desmayado frente a la inhalación de los gases de las llamas Que se les dice diosas, no llamas. Mortal. Posteriormente se cree que una de mis piernas había quedado atrapada por una rama que había caído toda carbonizada y parcialmente quemándose, y es ahí donde mi miembro inferior fue calcinado. No me pude evitar reír con grueso e improvisado tono. Me entristecía no haberlo podido sentir por el estado inconsciente, me regocijaba en que la diosa que tiene el infinito calor hubiera sido alimentada con mi cuerpo.

Debería intentarlo de nuevo. Después de todo yo ya no perdería nada y completaría mi hazaña donando todo mi cuerpo.  Regalando mi cuerpo al que todos llamaban: el infierno, pero que para mí era el indiscutible cielo.

Un cielo rodeado del blanco promedio, envuelto entre las desnudas bailarinas que no ven, bailarinas ardientes, a más grados que la temperatura del sol. 

Hermoso. Hermoso


Este relato irá dentro de Las Mentes Cuerdas, de seguro,

Aururu


P.D. Todo esto casi inspirado en los últimos y tan a menudo, acontecimientos de Quito. Porque Quito grita por lluvia, y algún quiteño debe rogar que no la haya. 

29 de agosto de 2012

Entre teclas y depresiones


La joven quiteña apartaba el prozac. Lo remplazaba por café, lo complementaba con programación de diseño, le añade estrepitosos sonidos a sus oídos introduciéndoles audífonos. Espera a que en algún momento ella aparezca de nuevo.

-No deberías beber ya tanto café – la reprende señalando el jarro con la bebida ya fría.

-Si luego empiezo con síndrome de abstinencia no te quejes – le replica secamente sin dejar de ver la pantalla de la computadora.

-No es eso, te esta doliendo. Te duele y sigues tomando café, tonta.

-Entonces ven, sé mi droga. – le replica aún sin regresar la vista.

-Siempre soy tu droga. – le susurra en el oído.

-Sí, lo sé. Lo siento me olvido de que tú me alimentas, mi  Dínole. – dijo regresando a ver a la nada de su cuarto.

-Que sea sólo parte de tu imaginación no significa que no exista. – replicó la voz que siempre se encontraba a espaldas suyas.

-Lo sé, perdón preciosa. – respondió volvió la vista al titilante cursor de la pantalla, la programación de la interactiva página aún no estaba completa.

Su perfecta Dínole, era cambiante como una estatua. Tarareaba junto a ella cada canción que cantaba. Su Dínole que en la realidad sólo de aire estaba compuesta, que en la realidad sólo era la idea de un perfecto humanoide hecho exclusivamente para ella, algo que por su perfecto combinación hipocampal con la tecnología era tanto humano como máquina. Algo que en una era como la suya no podía existir, algo que la transformaba en loca, en con tendencias psicóticas, en alguien antisociable; pero en última instancia en alguien feliz porque ésta, su imaginable Dínole, le apartaba del hueco de soledad que trataba de comerla con ferocidad. 

Los disque “entendidos de la materia”, le había dicho que sufre un trastorno paranoide cuando ella la presentó. Sus padres creyeron que al principio todo era una broma para simular un amigo imaginario. Simples mortales que no entendían su infinita y real presencia.  

Dínole para los demás no existía. Para ella era su todo




Quería sacarle a Dínole de mi cabeza, es medio real,

Aururu

13 de agosto de 2012

Entre cortados


- ¿Sabes algo? Me vale pipi. 

Colgó el teléfono. Tomó su billetera y a tracones salió en busca de cigarrillos. Tenía que procesar que le habían chismeado que su novia le engañaba con el hermano de la persona que menos soportaba. Pensó posteriormente  que jamás han sido de su gusto los chimes.   

13 de Agosto del 2012,

Aururu

2 de julio de 2012

Victoria IV


Será que la llamo.
No, mejor no. Supóngase que esté ocupada o que esté dormida. Para qué despertarla si duerme, cruel destino es que te despierten cuando soñando estamos, demasiado feroz es salir súbitamente de la profundidad del sueño sin tener consecuentes secuelas. Ay, pero quiero oír tan siquiera su voz, quiero imaginar su rostro escuchando cada nota de su delgada música cuando habla, quiero presentir que puedo imaginármela a mi lado.
Ay, son ganas tan locas, tan estúpidas, tan inconmensurables. Si la cama hablara me estuviera gritando que por la pucta me quede quieto de una maldita vez. ¡Pero cómo quedarse quieto! ¡Cómo permanecer paciente con la ansiedad de la Victoria! Como bruja parece que me ha hechizado la bendita, la bendita de ojos marrones, de cabello chureado, de blanco rostro. A veces si parece bruja, o mejor un hada. Sí, sí un hada parece un hada porque magia le sobra en cada movimiento y  hasta parece que tuviese alas.
No.
Ya no tiene alas, porque ella no es libre, sigue sin querer librarse, sin querer ser libre. El que te pone la cadena de “mía” alrededor de tu cuello Victorita es ese que está contigo, el que se hace llamar “tu novio”. Ese día me lo presentaste después de que lloraste conmigo ¿no? Me presentaste a la bestia de la bella. Ese tipo que más que hombre parece un animal salvaje, un animal salvaje dispuesto a, si ahora no corres, comerte viva. Tú toda una damita siendo desgarrada por semejante bestia, es una matanza de lo más sangrienta. Una bestia que tan sólo te trata como una despreciable presa.
Yo no te encadenaría. Yo no te pondría bozal, ni cuerdas, ni camisas de fuerza.  ¿Por qué Victorita? ¿Por qué has de permanecer atado a un chancroso tipo como ese, a ese ñero de la última esquina? Victoria, mejor ven conmigo. Sólo decídete. No, mejor ahorita yo me decido. Mejor ahorita yo te llamo; porque me vale pito que estés con el man. Me vale mierda que él se atreva a llamarte “suya” porque es sólo una vil mentira para su gremio de escarabajos que tiene como amigos. ¡Es sólo una farsa, una maldita mentira!
Mejor apreto rapitido el botón 8. Es que la tengo en marcación rápida. Pero el teléfono sólo me timbra, entre eso que pienso las 8 razones del botón 8.
  1. En la numeración de letras su letra está ahí.
  2. Porque es la Victoria y todos los números le calzan bien.
  3. Ay, contéstame. Contéstame.
  4. Déjame oírte. Déjame que tu voz retumbe en mi mente.
  5. Dejar que mis sentimientos la invadan, que le quiten la venda, que me vea.
  6. Ocho razones no serían un número suficiente para decir por qué quererla.
  7. ¡Mírame Victoria! ¡Escúchame! ¡Enamórate! Enamórate de mí
  8. Porque no quiero que sea mía, sino que yo quiero ser de ella.

Y me contesta, yo tiemblo y su voz tiembla. Parecíamos colegiales, de esos que tienen miedo que sus padres prohíban su relación o que el otro no le corresponda. Yo parecía un inexperto colegial a la expectativa de la voz de la Victoria que me hacía hablar tontera y media de la hipnosis. Pero me gusta, me gusta hacerla temblar de duda y pasión. Me gusta que en medio de esa duda, pueda elegirme. Y yo pueda libremente moler a golpes al cerdo ese cuando ya no tenga que ni cruzar el saludo contigo. Venga pues Victorita, llámame por mi nombre. Pronuncia “Emilio”, canta mi nombre, grítalo y convierte la noche en una fiesta interminable de alegre insomnio.
¡Grita mi nombre! ¡Grítalo! ¡GRÍTALO!

25 de junio de 2012

438 días


Son las 10, hora de irse.
Me despido, te despides.
Mañana se supone será otro día.
Pero no quiero otro día, quiero otra noche.
Quiero que te quedes más tiempo, quiero que me mires.
Permanece aquí, ¿10 minutos más? De acuerdo 10 minutos solamente.
Nos quedamos ahí sin hacer nada, sólo mirando, esperando encontrar la presencia del otro.
La presencia que se busca, que se buscan jalando nubes y bicicletas viejas, tratando de hallarse.
Pero hoy es diferente, desde hace tiempo es tan diferente. Hoy son sólo las “10”, la noche es joven.
Ahora se ha perfeccionado la técnica, pero de alguna extraña manera no se ha roto la promesa.
Quiero comer, pero tú no comías ¿recuerdas? O eso es lo que yo recuerdo en el humo.
Y Facundo Cabral me dice que no estoy deprimido tan sólo estoy cansado.
Yo no creía que estaba con la depresión, creía que no estaba nada.
Estar nada, es peor que estar deprimido. Y me pregunto.
Me pregunto si será por eso que pienso.
Sí, puede ser que me acostumbré.
O me estaba acostumbrando.
A no estar solo otra vez.
Pero no le temo.
Ven a mí.
Soledad.
Te ataré a mí para espantar a la gente.



Son más de 438 días, 

Aururu

20 de junio de 2012

Victoria III


Hoy me le declaré a la Victoria.

No sé que me pasó, veíamos el fútbol, la Eurocopa . Todo bien con amigos y amigas de los dos, porque ya me quité lo espantado de encima y le hablé más allá del saludo. Y le hablé, y le pedí el número, y ella me pidió el mío; y nos escribíamos y nos hablábamos y nos veíamos…

Y nos veíamos.

Y ya pues, hoy justo en el fútbol se me ocurre decirle. Se me ocurre llevarle a un rinconcito en medio del segundo tiempo, ella chupándose un dedo de salsa de nachos estaba; yo me la agarré para contarle según le dije algo sumamente importante. Ella toda preocupada me siguió viendo mi cara de angustia, ¡qué cara debí haber tenido! y luego toda asustada me pregunta que qué pasa, y yo espabilado sólo le podía mirar y ni una maldita palabra me salía de la boca, toda esa euforia del Gol que me hizo decidirme decirle se había ido y yo que me mandaba al carajo en mi mente por ser marica. ¡Una chica no más era! A cuántas no me le había declarado antes, a cuántas no era antes que les he dicho que eran bonitas, preciosas, que les había echado los perros y habían caído de una. Pero no, con la Victoria no podía. 

Es que era la Victoria.

La Victoria que era todo un misterio, la Victoria que sonreía a lo lejos a todos, la Victoria que puccha además de bonita media inteligente había salido. La Victoria que era otra historia diferente, que de pies a cabeza me hacía que temblara, que hacía que mi ego se desinflara como globo llenito de aire pinchado por aguja puntiaguda.

Pero ya nada, ahí creo que le grité. Le grité que me gustaba, que le quería, que quería tener algo con ella. Que como amiga ya no quería tenerla. Que la necesitaba más que nada, que quería que mi novia fuese.

Y ahí estaba pues ella transformando la sonrisa que al principio de todo me brindaba en un a sorpresa y rubor, para pasar luego a ser línea rígida y tensa en sus labios. La primera reacción me la esperaba, era algo natural. Pero esa línea rígida no era señal de conquista, eso era seguro. Y la duda me llegó y se confirmó cuando la Victoria me decía las dos palabras pues, esas dos palabras que todos nosotros que somos locos y enamorados no queremos ni leer, ni escuchar ni ver: Lo siento. Ese “Lo siento” que te deja en la “zona de amigos”, pero peor que eso es escuchar luego de ese catálogo de “zona de amigos” que todo el tiempo ha tenido novio.

Eso si me cayó como baldazo de agua fría. ¿Por qué madres no se me ocurrió preguntarle si estaba amarrada? Era para pegarse un tiro en la mano y luego ponerle limón y sal. Qué idiota, carajo. Yo bien tonto que no le pregunté desde el principio, yo de gana que me hice ilusiones. Qué idiota, ¡qué idiota, pucta!

Pero algo no encajaba, la man no tenía ese mirada de “lo siento solo te quiero como amigo”. No, nada que ver. Tenía mirada de “Mierda, te quiero pero no puedo estar contigo”. ¡Tenía esa bendita mirada! Ay, cómo me latió el corazón de tristeza y de alegría, cómo me regocijé y me entristecí, cómo subí al cielo y caí de picada infierno y viceversa. Y viceversa.

Yo sé que me quieres Victorita, lo veo en tus ojos. Y lo siento ahora que me estás abrazando toda arrepentida. Yo sé que me quieres… ¿Por qué no me quieres aceptar que me correspondes? En el fondo se escuchaba que había metido otro gol y todos vitoreaban alegremente. En cambio aquí la Victoria lloraba en mis brazos que la esperaban tenerla de otra manera.

¿Por qué Victoria, Victorita? ¿Por qué?




Oniria encuentra a Insonmia, los dos se llevan bien -Love of lesbian,


Aururu

18 de junio de 2012

La opción que se nos escondió

Texto escrito para la cátedra de "Desarrollo del Pensamiento" 
UIDE 2012

Vendrán a pensar los entendidos y sabios, que la sociedad está más podrida, más fea, menos unida. Vendremos nosotros, los jóvenes, adrenalínicos humanos, a tratar de callarles la boca cuando tienen en realidad mucha razón.

¿Valores? ¡Oh, sí Valores! Esa palabra que se nos escapa como moralistas bien formados. Hablamos de valores en todos lados: en la calle, en la casa, en la familia, en nuestro lugar de trabajo, en nosotros mismos. Valores que según dice se fundamentan cuando somos chiquitos, que se abstraen como néctar en todas nuestras acciones y que finalmente se ven como surgen cuando la “juventud” nos ha tocado la puerta de la vida, de la edad.

Pero ¿hablar de valores en la juventud? Osadía diría yo. Osadía que el ecuatoriano viene a tomarse para creer que la “moralidad” es el meollo de la vida de los jóvenes. No, a los jóvenes se nos planta una sola idea en la mente cuando se nos quiere empezar a formar en lo que será este trajín de sociedad, de trabajo, de fundamental dinero. Se nos planta la idea de “ser exitosos”

Y ser “exitoso” implica el “egocentrismo del yo”. Y partiendo de ese punto, simplemente no podemos decir con autoridad que vivimos en una “sociedad fundamentada en los valores”. Se nos impone para alcanzar esta “idea” del “éxito total” el sentido de egoísmo, que aunque no lo notemos es algo que aparece en nuestra no consciencia, se reproduce y multiplica, y cuando nos damos cuenta todas nuestras acciones se ven basados en estos silenciosos componentes de egoísmo, que trascienden en el miedo, en la ira, en la impaciencia y en la mediocridad y vaguería.

Para empezar a hablar de valores en esta nuestra juventud, primero debemos dejar de lado el exclusivo paradigma el éxito, empezar a formar nuestras mentes, apasionarnos en nuestros ideas y sobre todo considerar que aunque nunca nos lo hayan dicho “el fracaso” es una opción, y si esa opción se nos presenta: no significa el final del mundo.

¿Qué les queda por probar a los jóvenes
en este mundo de paciencia y asco?
¿sólo grafitti? ¿rock? ¿escepticismo?
también les queda no decir amén
no dejar que les maten el amor
recuperar el habla y la utopía
ser jóvenes sin prisa y con memoria
situarse en una historia que es la suya
no convertirse en viejos prematuros

¿qué les queda por probar a los jóvenes
en este mundo de rutina y ruina?
¿cocaína? ¿cerveza? ¿barras bravas?
les queda respirar / abrir los ojos
descubrir las raíces del horror
inventar paz así sea a ponchazos
entenderse con la naturaleza
y con la lluvia y los relámpagos
y con el sentimiento y con la muerte
esa loca de atar y desatar

¿qué les queda por probar a los jóvenes
en este mundo de consumo y humo?
¿vértigo? ¿asaltos? ¿discotecas?
también les queda discutir con dios
tanto si existe como si no existe
tender manos que ayudan / abrir puertas
entre el corazón propio y el ajeno /
sobre todo les queda hacer futuro
a pesar de los ruines de pasado
y los sabios granujas del presente.


Mario Bennedetti.

Así ahora que ya somos jóvenes, sería inútil solamente cambiar.  Debemos evolucionar, evolucionar para que las ideas sin cadenas que nuestros antepasados nos han heredado se fundamenten, se hagan realidad. Salir de la crisálida que nos encierra, y comenzar a transformarnos. Pensar que las ilusiones se pueden cambiar por realidad, y finalmente callar con fundamento a los ancianos curuchupas que creen que ya todo está perdido.

Mi nombre lo firma
18 de Junio del 2012, 

Aururu



8 de junio de 2012

Victoria II


-Oye ve, ¿esa no es la que tiene loquito?

Y se ríen de mí, los cabeza dura de vagos que tengo como amigos. Que disque los llamo panas, el pan es hasta rico. Éstos sólo me sirven para darme dolores de cabeza.

-¡Salúdale pues! – me susurra tratando de disimular uno.
-O por lo menos crúzate, para que disque la saludes. – trabalengüea el otro.

Los dos joden como ladilla. Y cómo no cuando los has tenido como plaga desde que podrías proclamar que entraste a conocer la vida. Bah, estos al final de cuentas, con migrañas y todo amigos parecen ser. Ya, ya. Amigos son.

Y dicho y hecho, hecho el loco en el camino de la Victorita me intenté cruzar. Hoy se le había ocurrido ir con vestido. Se la veía toda cremosa con ese color, y su cabello como siempre recogido estaba. Oh, pero miren que casualidad que sus zapatos hacen el perfecto combinado para llamarle: muñeca. Pero no, a la Victorita se la debe llamar muñequita, así como que toda delicadita se la ve. Tan linda, bellísima. Parece que viene de apuro, ojalá me vea con el rabillo del ojo. Y ojalá yo le detecte esa mirada de “Oh, nos conocemos. Tomamos la misma clase. Saludémonos.” Ay, ojalá, ojalá.

Y ahí estaba pues la mirada cuando estábamos cerca de cruzarnos. Como fortuito encuentro una burbuja de espacio se formó sólo entre los dos, esa clásica burbuja que los demás te la dan cuando vas a saludar con alguien; como quien pudiera percibir que se necesita otro espacio paralelo para saludar alguien en mis circunstancias.

-¡Hola!
-¡Hola! – “concéntrate en responder, concéntrate en responder” repetía la razón de mi -cabeza.
-Hola –repitieron los dos a mis costados. Aish, esfúmense idiotas.
-Hola – saluda ella a ellos, tan educada la Victorita. Ella siempre tan educada.
-Frank,             Willermo – salen de mis labios los nombres de estos cabeza dura como si pronunciar y señalar me fuese un movimiento corporal explícito. Y la Victoria les sonríe.
-¿Qué tal cómo estás? – dirigiéndose a mí empieza la típica rutina. Es de odiar esta estúpida rutina de preguntas. Pero, Ay, si su boquita se ve tan bien haciéndola. De gana molestarse.
-Yo bien, bien todo bien. ¿y tú? ¿qué tal tus clases?
-Bien gracias. Ahorita me estaba yendo a una que tengo un profe medio loco con el tiempo y siempre hay que llegar antes que él esté. – Mierda. Aquí acabó la conversa que hubiera querido que unos segundos más dure, ni modo.
-Así hay profes pues. Entonces nos vemos otro día o en clase. – corté como caballero, la conversación que la dama sutilmente dio indicio de ser terminada. 
-¡Sí, nos vemos otro día! – mira el reloj – ¡Chao Emilio! – dice mientras sale corriendo -seguramente a su clase.

Pero algo más que el sólo verla correr se me grabó. Mi nombre pronunció, ahí en medio de una charla cortada súbitamente. ¡Dicha divina de los dioses y los antidioses! ¡Recuerda… Conoce mi nombre! Puedo declarar que no soy una fantasma en su memoria, puedo declarar que he de ignorar más mis pensamientos de un letargo de imágenes, puedo declarar que soy alguien para ella. Y ahora como Victoria en las matemáticas, me quedo espabilado.

-Oye loco, bonita está.
-Sí, para qué. Pero no te ilusionarás mucho no más.

Sí, puedo escucharlos par de sensatos. Pero es que no la ven, no la ven ahí corriendo a la muñequita que tiene vida. No ven que la muñequita sabe mi nombre y lo ha pronunciado con su voz. La bailarina. Parece que bailara mientras corre. Y en cuatro tiempos simula que va marcando el ritmo, componiendo la canción que en mi mente suena. La canción que repite mi nombre con su voz, como una droga. Ay, Victoria. Ay, Victorita.


Victoria, la bailarina. Victoria, la sonreída. Victoria, la muñeca. Victoria, la Victorita.

La felicidad la golpeó como un tren - Florence+TheMachine,

Aururu

7 de junio de 2012

Victoria


Para mi amigo baterista detrás de la pantalla, Feliz Cumpleaños.


Victoria es hermosa. Inocencia con fluorescencia su rostro es. Mírenla en su sonrisa, sus ojos violetas están. Bellísima se ríe delante del profesor, el problema de matemáticas no puede resolver. Se ríe de sus propios errores, de su torpeza de nervios, se ríe sin poder resolverlo. Dímelo, dime el producto del numerador. Ay, tan linda se la ve cuando sonríe. No seas mushpita, que al profe las sonrisas no le convencen para ser más paciente, mejor sonríeme a mí que yo te lo explico. Te explico las matemáticas, te enseño a coger el lapicito despacito para resolver el binomio. Me pregunto a qué se sentirán, a qué sabrán tus manos. Me pregunto qué miraré al regresar de la profundidad de tu retina, ah, tu retina que no tiene abismo. Y me toca pasar a la pizarra, Ay, las piernas me tiemblan y yo queriéndole mirar a la Victoria y las manos me tiemblan. Pero la voz no desfallece, firme debe escucharse. Me siento de nuevo terminado en ganancia esa pequeña lucha de números y la Victoria en las matemáticas sigue estando espabilada. Mírame a mí Victorita. Déjame ser una vez el que te haga sonreír, déjame preceder tu caminar y secretamente, en el cuarto de hora de coraje,  susurrarte “Vicky” para corriendo a mi llamado, ay Victorita, te transformes en victoria. 




Un minuto de silencio por todas esas mariposas en el estomago que el orgullo mató. - gitanourbano,

Aururu

19 de mayo de 2012

Frecuencia


Joven. Trabaja en biblioteca. AutoMasoquista. Café. 

-Pero ¿qué te has hecho?  
Me preguntó con temible voz, una voz entre enfurecida y atemorizada. Esa clase de tonalidad que puedes sólo percibirlo si tienes el suficiente cuidado, porque suele escaparse hacia uno de los dos lados y no quedarse en la mitad de esas dos emociones. En esa mitad que no significa equilibrio sino incertidumbre.  Me limité a desviar la mirada. 
-Accidentes, tú sabes. Accidentes
Aparté su mano de mi hombro.
Se había dado cuenta porque esta ocasión me olvidé colocarme mi suéter porque el calor casi infernal pudo más que m instinto de no hacer visible mi cuerpo. Estar así, con parte de mi piel a la vista normal, no ocurría con mucha frecuencia, porque yo no suelo ir con muchas partes descubiertas de mi cuerpo a cualquier lugar que me dirija o en cualquiera parte que esté.
Utilicé de inmediato la excusa de tener hambre, me aferré a la excusa por la cual había acudido a verle. Invadí de inmediato su cocina buscando trastos, ollas y café; y trataba de hablar sin para de cualquier cosa que a mi mente viniese.
-Mentiras, puras mentira
Dijo de improviso con su cuerpo apoyado en el umbral de la puerta, dirigiéndome la palabra de nuevo.
-¿Mentiras? Cómo puedes decir eso, te estoy diciendo que Cristina estaba totalmente furiosa porque Hugo no había bien archivado los contemporáneos en su lugar. Y es completamente cierto yo le vi, aunque como te dije ese día lo que ofrecí mi ayuda pero siempre este como soberbio….
-Mentira
Repitió dirigiéndose hacia mí. Mis nervios se activaron el pequeño botón de “switch” de mi cuerpo, alertándome, colocándome a la defensiva.
-… no… quiso mi a-ayuda porque… porque cree que yo quiero sólo… emh… sólo quedar bien y…
 No pude continuar con mi palabrería, había llegado ya a mí.
-Mentiras, ¡puras mentiras!
Me gritó cerca de mi cara tomando uno de mis brazos.  Deseaba pronunciar su nombre, nada salía de mis labios. Le miré para toparme con ojos emanando furia destructiva de bomba atómica.
-Lo siento…
Susurró mi no conciencia por mis labios.
-Basta ya, ¿no te lo he dicho?
 Agarró mi cuerpo como si quisiera fusionarse.
 – Ya te lo he dicho, me perteneces... Me perteneces, no quiero que nadie te haga daño. Tampoco que te dañes.  
Lo había ignorado. Su ausencia y mi preocupación de la vida habían hecho ignorar un agregado que debía mantenerlo en mi memoria. El recuerdo de mi propio ser extinguido en la luz artificial, luz artificial que siempre trataba de teñirla de sangre para saber que estaba dentro de la vida. El recuerdo de la ceguera aplacada a la declaración que un día esa persona me hizo:

Masoquista, eres masoquista. Deja de lastimarte, deja se sufrir por tu cuenta. No soy una pintura en la pared, me tienes a mí. Para ya, y si no es por tu voluntad yo te lo ordeno. Para ya, porque me perteneces, en la medida que yo te pertenezco a ti. Porque no quiero que quien amo se lastime.”

Oh, sí era eso. Disque era amor, aún no me lo creía. No me lo creo; pero por lo menos la sensación de “pertenencia” era vívida. Y a eso me aferraría, me aferraría a su cuerpo como se aferraba al mismo y sentiría que pertenezco al Dios de carne y hueso y que me ordena dejar de lastimar, que me ordena cuidarme, que me guía hacia la oscuridad más hermosa que la tediosa luz artificial. A falta de lágrimas comencé a hiperventilar.
Y todo se entendió sin palabras y en medio de jadeos. Existían muchas cosas, las cuerdas hacen que vibremos y nosotros vibrábamos en una misma frecuencia. 


Joven. Trabaja en biblioteca. Automasoquista. Café. 


Vuelvo a recordar que debo seguir dando forma a Lorena y Martín, 

Aururu