Notabas como al colocar azúcar suaves ondas se formaban en su mezcla con aquel oscuro y tan cargado té que solíamos compartir; ese té que solía ser una droga entre nuestras conversaciones, un enlace entre los aletargados silencios que muchas veces no queríamos interrumpir. Dulce elixir era sentir que podía remojar los labios en amargo líquido, esperando que tomaras inesperadamente mi taza, me imitaras e irónicamente sonrieras en el pensamiento que no sólo habías compartido un sorbo de esencia conmigo. Notabas que justamente la sonrisa que me brindabas en aquellos momentos parecía casi la misma de aquel tipo de extrañas formas pintado en la pared, justo al frente de la mesa que solíamos compartir, nuestra mesa. Marrón, suave tinte; contrastaba fielmente con nuestras jarros, así como la bebida lo salía hacer dentro de ellos.

Blancos siempre blancos por extraña coincidencia, como tu rostro; y con perfeccionados con abstractos acabados típicos de esos sitios que desean continuamente presentarse con elevada horizonte. No comprendí, qué elevado horizonte querían si tan sólo no podían colocarse en la cima de la cumbre más alta, y seguir con el blanco, con su tinte blanco.

Serenidad seguramente querían traer, aún así, me parecía que el blanco era resignación, el vació, la ira. ¡Oh, sí! La incontenible ira cuando rompiste uno de aquellos blancos detalles de aquel sitio, como cuando gritaste por la copa rota que nos habían enviado...

Quebrada, rota, fragmentada. Tal y cuál estamos ahora. Rotos ¿lo habías notado?. Quizá no notabas nada, no notabas los detalles que te menciono, no notabas el ambiente que nos rodeaba, no notabas que nos rompíamos.

Pero no te culpo, yo no quería notar tu cálida mano sobre la mía.

                                                            "Pájaros sin voz

                                                 planean

                                                                             sobre cuadernos vacíos" 

- Nada, Sara Vanegas.

Aururu