18 de agosto de 2013

Un spark cualqueira, cualqueira

Un día cualquiera que quisieran, en la calle que recuerdes con muchos autos.

                   -          Dele, dele, dele, dele, dele. ¡Ahí no más reina! –golpeó dos veces el capó del auto verde.- ¡Ahorita sí salga no más!

Un brazo bajaba rápidamente el vidrio. Una mujer elegantona le extendió la mano llena de pecas y con uñas largas de color cielo. Le pareció muy bonita, pero no dijo nada.

                    -          Gracias

Le dijo mientras le regalaba una sonrisa. Recibió las monedas, agachó la cabeza en signo de agradecimiento. La mujer arrancó de frente hacia el semáforo en verde. Momento después mientras contaba las en las monedas recibidas se dio cuenta de algo.

                    -          ¡Por la grandísima! – exclamó casi a gritos.
                    -          ¿Qué pasó? – le preguntó un compañerito del oficio, cercano a él.
                    -          La vieja que se fue le chocó el carro del don Francisco. – se  pasó la mano por la cabeza preocupado.
                    -          Chuta hermano, así pasa.

Y eso fue lo que pasó ese día. 




Antes de que te vayas vas a contemplar,


Aururu

13 de julio de 2013

Para caminar

Cruzaban las calles llenas de polvo y cenizas, llenas de Eliécer Cárdenas. Multiformes 
circunstancias las reunieron a dicho acto.  Una de las tácitas dos muchachas que cruzaban las calles se quejaba del excesivo lodo que manchaba sus zapatos color lavanda que, según decía ella , tenían el mismo olor (seguro cuando recién los compró). La otra, de estas dos anómicas, se quejaba de que la otra se quejara. La primera al oir las quejas de la segunda le gritó que eran zapatos muy caros. La segunda le respondió que sólo eran zapatos y que para caminar se hicieron. La primera indignadísima (sí, con superlativo), con la respuesta de la segunda, alzó la mano y tomó un taxi. La segunda suspiró resignada y siguió caminando porque ni para el bus tenía. 


En un mundo ideal comeríamos pan con cola mientras escuchamos a Sven, 

Aururu

18 de mayo de 2013

Diálogos (II)


- ¿Algo no te gustó, verdad?

- ¡Oh!, no en realidad disfruté mucho el día de hoy…

- Si te molesta algo, puedo cambiarlo de inmediato…

- No… Solo me molesta el sistema.

- ¿El sistema?

- Sí, este revoltijo de basura en venta, el maldito dinero, este auto rojo. Todo esto. El hecho de que tengo que comer para vivir, saber que destruyo el planeta con cada respiro que doy y aun así querer seguir viviendo. El hecho de que quieras cambiar inmediatamente una cosa que no me gusta. La ilusión de perfección que queremos crear y no conseguiremos… Jamás. Nunca.

- Vaya…

- ¿El qué?

- Odias.

- Odio a la humanidad, me odio a mí misma.

- Yo no te odio.

- Gracias.

Permanecieron en silencio mientras él la lleva de vuelta de donde la había recogido, y ella trataba de guardar de nuevo en el secreto cofre de la ira su odio para no redireccionarlo hacia la forma de vida más próxima. 


Venga pues. Bailemos hasta morir,

Aururu.  

22 de febrero de 2013

Diálogos (I)


-          ¿Por qué nunca pretendes acercarte a nadie?
-          Porque todos son humanos.
-          ¡Tú también lo eres!
-          Sí, lo sé. Lamentablemente lo sé.
-          Estás mal de la cabeza.
-          Tú lo estás, no comprendes que al fin y al cabo, siempre al final no importa cuánto ames, no importes cuánto te preocupes siempre seguirás solo. Completamente solo, somos seres encerrados impermeablemente por un plástico invisible del cual a veces nos olvidamos, pero que siempre nos revela que la única verdad es la soledad.
-          En serio que estás mal de la cabeza.
-          Puede ser, quizá ese es mi más grande deseo.
-          ¿El qué?
-          Que la locura me consuma y me deje olvidarme de la alegoría del plástico. 

Para no repetir la historia


Era de esperarse tal suceso, como la lluvia ante el preludio de borrascosas nubes. ¿Dónde había quedado su propia identidad? Mezclada entre impuros intentos de educación y marginación estándar seguramente. La explosión de su propio ser entre telarañas de oscuros encajonamientos fue inevitable.

>> ¿Qué es lo que pienso? – contestó eufórica – pienso que todo esto me chupa un huevo.

Abandonó de inmediato el salón que siempre estaba rodeado de extensas bancas y nulas identidades que igual que las paredes blancas, solo reflejan todo lo brillante que se les anteponía en frente. La religión le había enseñado a ser un conjunto, en lugar de ser una unidad. Y hoy que particularmente no tenía ánimos de arrodillar su voluntad frente a nadie fue terrible. Porque no se postró ante el altar, le metieron primero un carajaso que le recordó su punzante dolor de cabeza y no pudo evitar la instantánea reacción de segundera y directa respuesta –dígase mandar al carajo a las monjas, al sacerdorte y luego escupir en la sagrada capilla - . Las monjas la tomaron de las dos manos, y se la llevaron a rastras. Entre estos sucesos en el dicho establecimiento se susurró que la Martita tenía el diablo dentro y que la estaba exorcizando el padre Juaquín.  La Martita era la niña de pelo enmarañado y churoso traída cuando sus padres  -cirquenses vale decir- murieran por cierto extraño incendio cuando su caravana cerca de la iglesia se paró. Martita era la niña de media estatura, Martita era la niña que dibujaba y jugaba fútbol. Luego Martita fue la chica que odiaba a las monjas y se contrabandeaba libros. Martita fue la joven que el padre Juaquín casi viola. Martita fue la joven que les agarró a golpes causándoles casi l muerte a todos estos carceleros santos y salió huyendo para formar su propio circo. Su propio circo para que ojalá no se repita la historia. 

20 de enero de 2013

Entre las camelias

Para Dan, a su regreso.



El extraño sentido de libertinaje le invadía al  chocar contra las paredes de color pálido del pasillo, esas paredes que no reflejaban los recuerdos de sonrojos, risas y lamentos que muchos habían guardado en ellas;  siempre seguían ahí con el mismo neutral color como si nada hubiera pasado. Su cabello chocaba con sus mejillas al ritmo del  trote, jadeaba un poco y el brillo que poco antes se había colado en sus delgados labios ya no se le notaba mucho. Al llegar al final estuvo a punto de chocar con la puerta, que ya desgastada seguramente del golpe hubiera chirriado o caído al instante. Deteniéndose recuperó el aliento, se alisó un poco los cabellos, planchó con sus manos el ceñido vestido de flores, desde su dorso hasta su caída. Abrió la puerta.

              -        Buenas tardes – canturreó la voz al otro lado de la puerta.
          -        No te esperaba tan rápido aquí – dijo al chica aún con mejillas sonrojadas por la pequeña maratón de abrir la puerta a toda velocidad.
              -        Te dije que estaba cerca, ¿los demás?
              -        Tardarán en llegar…

Con cómplices miradas se lanzaron entre comunicación telepática puertas adentro. El chirrido de la puerta no se hizo esperar, pero no se molestaron en pararle atención así como tampoco prestaron atención ante el doble golpe de sus cuerpos contra la pared. Al momento de sentir el cerrar de la puerta sus bocas desesperadas se buscaron para danzar interminables ritmos de deseo en clave de Sol y  siempre con la clave de Fa acompañando con nostalgia.  Se sintonizó brevemente un temblor entre sus manos al apartarse y observarse más allá de los cristales de la educación social. 

             -        Te extrañé… te extrañé demasiado – susurró dolorosamente la chica de vestido de flores.
               -        Este vestido es demasiado… -gruñó entre dientes.
        -        ¿Provocador? – rio maliciosamente completando la frase, el asentimiento de confirmación por parte de la otra persona fue instantáneo. – Te lo he prometido, que me lo pondría para ti. Tú también me prometiste algo, ¿recuerdas?
              -        Cómo no recordarlo, mi amada Miriam – besándola, la tomó de la mano dirigiéndola a aquel conocido sillón al filo de las escaleras. Le indicó que se sentara y prontamente se puso de rodillas ante ella.  

           -        Pero ¿qué haces? – canturreó entre risas ante el inesperado gesto, mas paró al instante de encontrarse con los esmeraldas ojos de su acompañante y su feroz rostro transformándose al momento.

              -       "Entre perfumes de flores mi diosa espera por mí, ridículo el día en que se la compare con alguna de ellas. Pero mira, las mejillas sonrojadas tiene, ¿será por mí? ¡Ay! Si supiera el exclusivo dolor que me provoca el aire cuando ella no está presente, ¡ay! Si supiera… si supiera la añoranza hacia el contacto de su deliciosa piel, ¡ay! Debe saber que la extraño, que su hechizo sigue sin romperse, que añoro la proximidad de su esencia. Hoy la veré, hermoso día de gloria. Canturreará de nuevo su voz para mí, y yo me postraré a adorarle."

Con eso siempre las enamoraba, con eso siempre las transformaban en necesitadas mascotas. Todo era un ritual, primero el hablar, luego las palabras, el tradicional vestido de flores estampadas. Y posteriormente el poseerlas, sean vírgenes o no. Poco importaba siempre y cuando pudiera, después de tan delicioso y carnal acto, arrancarles los mechones de cabello tan anhelados. Siempre y cuando podría dejar oculto su cadáver. No es que él quisiera matarlas, pero siempre se permitía tomar el objeto de su deseo de su cabello ellas gritaban, siempre cuando les pedía convertirse en flor; ellas no lo hacían.

Días después lo llamarían el noticiero lo llamaría: “Asesino de las Camelias”, en honor  al estampado del vestido que siempre regalaba a sus víctimas. 


Este relato no es final original, pero parece más interesante,

Aururu


Arte por SevenSisters

9 de enero de 2013

Cortos


Esencia de pajarito. 
Sí, eso era lo que tenía. 
Con alas, con ojos temerosos, con impertinente curiosidad, con voz de ángel. 
Pero qué pájaro más hermoso hubiera sido, sus alas de mil colores se hubieran pintado.  
Pero escogió mal.  
Veamos qué tan feliz es en una jaula de oro. 
Porque después de todo lo dijo implícitamente. 
Lo gritó a todos.
Escogió entre dos universos que no son paralelos,
sino que se consumen entre sí.
Tal pareció que para el pajarito: 
 "El variopinto y pobretón escritor no fue atractivo. 
El gris y ricachón  capitalista si lo fue." 



En mi casa he visto un colibrí del tamaño de un gorrión, 

Aururu

4 de enero de 2013

UIO


-¡A mí no me llevan, a mí no me llevan! – gritaba desesperado intentándose zafar a cualquier costo.
Sus harapientas ropas hacían que les sea más fácil agarrarle, coincidentemente este escudo de ropa solo le era un estorbo para poder escapar. El toletazo no se hizo esperar, chilló como mujer en plenas contracciones. Varias personas de la multitud del otro extremo de la calle regresaron la vista, incluso aquellas que iban ya cambiando de dirección en la esquina lejana.
-Señor, venga con nosotros por favor. – repitió el azul uniformado con tono mandante, el otro a su lado iba a levantar de nuevo el tolete. La otra de azul - que como se ve había sido mujer dado que era más pequeña que otros dos, ostentaba su recogido cabello por detrás sin mencionar dos buenas razones por su pecho delantero para reconocer su sexo – parecía que les susurraban que no le den un nuevo toletazo.
- No, no, no – la última sílaba se le fue el deje de borracho.
Dejando la dignidad que llevaba en su mano –dígase una botella de vino Campiña- entrecerró sus dedos y dirigió un contundente puñetazo a la parte más sensible de uno de aquellos que tratan de retenerle. Menos mal el horóscopo le favorecía y acertó.
-Hijuepu… - sin acabar de completar el murmullo se agarró cargado de dolor su entrepierna, la mujer se distrajo, el otro hombre también.
Pero la maniobra de escape se le fue al caño cuando trató de correr y en sus mismos harapos se tropezó. El hombre que no tenía dolor le agarró en el piso, con una breve indicación la mujer le empezó a rebuscar de pies a cabeza. Le mandaba mano hasta más no poder, un contacto que parecía casi sensual pero que perdía gracia por las circunstancias. Una pequeña funda le alcanzó a requisar, más allá también le palpó un pan rancio, en otra esquina unos centavos y en otros lugares dos mini botellas de trópico seco. Con el tiempo apremiando le quitó las dos botellas y la fundita, inconfundiblemente era hierba; inconfundible y más para una curuchupa que se dice limpia de drogas y se porrea entre fines de semanas de depresión. Con prontitud le indicó a su otro compañero que ya estaba hecho. El adolorido ya se había recuperado y ahora trataba de dispersar a la temprana formación de una multitud. Claritos siempre son en la formación: “Eviten escándalos señores”. 
Le ayudaron ahora con delicadeza a levantarse y hasta le sacudieron el polvo el piso que no podía realmente mejorar el estado de sus ropas. El individuo les miró con desprecio. Los de azul le dedicaron agradecimientos por su colaboración y le ofrecieron acompañarle ahora a su “hogar”. El harapiento se burla por interno, qué mierda sabía estos sobre su “hogar” como si no supieran que en realidad no tienen uno, que su cama son breves siestas durante toda la noche huyendo de ellos mismos y de esos guardias nocturnos de las plazas “patrimonio cultural”, en las cuales, gente como él era inaceptable, inadecuada, una peste. Se renegaba aún más de que fueron estos tres de hoy prepis sin remedio. Vayan estos prepis a saber lo que realmente es pasar vergüenza, estos que se creen policías y no son,  pero que se creen dioses de estas calles mugrientas y empedradas con dejes del pasado pero con aspiraciones de metrópolis. De cualquier forma se manifestó inmediatamente en el ambiente (como si fuese un implantado instinto sin distinción de clase, sexo, género, raza, y melaza) la hipocresía. La hipocresía disfrazada de tolerancia que les hizo mirarse a los ojos y mantener una comunicación silenciosa con las siguientes palabras: “Váyase mejor sin escándalo, nosotros nos vamos también y nada pasó aquí. No se busque problemas.” De nuevo el tolete en mano de los dos hombres de azul, hizo que discriminara aquella sugerencia (imposición) como la mejor opción.  

Ya  sin multitud, y cruzando al esquina ya bien alejado del suceso alguien se le comienza a acercar. Una negra bien formada, con camiseta amarilla, se le puede ver el obligo. El jean descaderado luce desgastado pero qué bien le forma. Él la siente venir, aminora el paso y la regresa a ver.
-Qué fue papaíto, me´io gacho le noto – el acento se le notaba menos si se concentraba en sus labios.
- Una tanda de maricones municipales que me agarraron – raspó su voz, enfadado.
- ¡Uy! pero si yo le veo en una pieza. – dale con el acento costeño. Él sólo resopló, le habían quitado la hierba, barata, pero hierba al fin y al cabo.  Luego sonrió, la perversión no se hizo ocultar.  Se acordaba que la mujer le había tenido que rebuscar, y que de seguro entre el toqueteo le había sentido excitado. Su motivación regresó, otra vez se prendió.
- Calle, calle. ¿Mejor estás libre?
- ¿Para usted? Depende – la pregunta obvia era implícita.
- No jodas que si tengo.
-Bueno papaíto, pero no se enoje.
El par se alejó ahora a un lugar medio privado en unos baños públicos poco conocidos. Los dos eran medios opuestos, pero se llevaban bien. Los dos tenían este sentimiento compartido de odio a la ciudad, de amor, de desesperación. Porque vinieron buscando buenos días, porque les dio la misma ciudad en algún tiempos esos días buenos, porque luego les escupió la ilusión en la cara, porque ahora sólo eran una peste. El harapiento era divorciado que había salido de Cumbayork a parar en la Mejía por la puta abogada de la exmujer. La negra era una modelo en Pedernales, hasta Miss por su provincia llegó a ser, pero se negó ser poseía por el dueño de la agencia para seguir avanzando; ahora vivía de aquello a lo cual se había negado. El harapiento pensó: “Curuchupas de cuarta categoría, la vida del hereje es más sabrosa.” Enhorabuena la municipal no le había también quitado el pan rancio, ahí tenía la plata para la negra.

Ivan Egüez me enamora,
Aururu