-¡A
mí no me llevan, a mí no me llevan! – gritaba desesperado intentándose zafar a
cualquier costo.
Sus harapientas ropas hacían que les sea más fácil
agarrarle, coincidentemente este escudo de ropa solo le era un estorbo para
poder escapar. El toletazo no se hizo esperar, chilló como mujer en plenas
contracciones. Varias personas de la multitud del otro extremo de la calle
regresaron la vista, incluso aquellas que iban ya cambiando de dirección en la
esquina lejana.
-Señor,
venga con nosotros por favor. – repitió el azul uniformado con tono mandante, el
otro a su lado iba a levantar de nuevo el tolete. La otra de azul - que como se
ve había sido mujer dado que era más pequeña que otros dos, ostentaba su
recogido cabello por detrás sin mencionar dos buenas razones por su pecho
delantero para reconocer su sexo – parecía que les susurraban que no le den un
nuevo toletazo.
-
No, no, no – la última sílaba se le fue el deje de borracho.
Dejando la dignidad que llevaba en su mano –dígase
una botella de vino Campiña- entrecerró
sus dedos y dirigió un contundente puñetazo a la parte más sensible de uno de
aquellos que tratan de retenerle. Menos mal el horóscopo le favorecía y acertó.
-Hijuepu…
- sin acabar de completar el murmullo se agarró cargado de dolor su
entrepierna, la mujer se distrajo, el otro hombre también.
Pero la maniobra de escape se le fue al caño cuando
trató de correr y en sus mismos harapos se tropezó. El hombre que no tenía
dolor le agarró en el piso, con una breve indicación la mujer le empezó a
rebuscar de pies a cabeza. Le mandaba mano hasta más no poder, un contacto que
parecía casi sensual pero que perdía gracia por las circunstancias. Una pequeña
funda le alcanzó a requisar, más allá también le palpó un pan rancio, en otra
esquina unos centavos y en otros lugares dos mini botellas de trópico seco. Con
el tiempo apremiando le quitó las dos botellas y la fundita, inconfundiblemente
era hierba; inconfundible y más para una curuchupa que se dice limpia de drogas
y se porrea entre fines de semanas de depresión. Con prontitud le indicó a su
otro compañero que ya estaba hecho. El adolorido ya se había recuperado y ahora
trataba de dispersar a la temprana formación de una multitud. Claritos siempre
son en la formación: “Eviten escándalos señores”.
Le ayudaron ahora con delicadeza a levantarse y hasta
le sacudieron el polvo el piso que no podía realmente mejorar el estado de sus
ropas. El individuo les miró con desprecio. Los de azul le dedicaron agradecimientos
por su colaboración y le ofrecieron acompañarle ahora a su “hogar”. El
harapiento se burla por interno, qué mierda sabía estos sobre su “hogar” como
si no supieran que en realidad no tienen uno, que su cama son breves siestas
durante toda la noche huyendo de ellos mismos y de esos guardias nocturnos de las
plazas “patrimonio cultural”, en las cuales, gente como él era inaceptable,
inadecuada, una peste. Se renegaba aún más de que fueron estos tres de hoy prepis sin remedio. Vayan estos prepis a saber lo que realmente es pasar
vergüenza, estos que se creen policías y no son, pero que se creen dioses de estas calles
mugrientas y empedradas con dejes del pasado pero con aspiraciones de
metrópolis. De cualquier forma se manifestó inmediatamente en el ambiente (como
si fuese un implantado instinto sin distinción de clase, sexo, género, raza, y
melaza) la hipocresía. La hipocresía disfrazada de tolerancia que les hizo
mirarse a los ojos y mantener una comunicación silenciosa con las siguientes
palabras: “Váyase mejor sin escándalo, nosotros nos vamos también y nada pasó
aquí. No se busque problemas.” De nuevo el tolete en mano de los dos hombres de
azul, hizo que discriminara aquella sugerencia (imposición) como la mejor opción.
Ya sin
multitud, y cruzando al esquina ya bien alejado del suceso alguien se le
comienza a acercar. Una negra bien formada, con camiseta amarilla, se le puede
ver el obligo. El jean descaderado luce desgastado pero qué bien le forma. Él
la siente venir, aminora el paso y la regresa a ver.
-Qué
fue papaíto, me´io gacho le noto – el acento se le notaba menos si se
concentraba en sus labios.
-
Una tanda de maricones municipales que me agarraron – raspó su voz, enfadado.
-
¡Uy! pero si yo le veo en una pieza. – dale con el acento costeño. Él sólo
resopló, le habían quitado la hierba, barata, pero hierba al fin y al
cabo. Luego sonrió, la perversión no se
hizo ocultar. Se acordaba que la mujer
le había tenido que rebuscar, y que de seguro entre el toqueteo le había
sentido excitado. Su motivación regresó, otra vez se prendió.
-
Calle, calle. ¿Mejor estás libre?
-
¿Para usted? Depende – la pregunta obvia era implícita.
-
No jodas que si tengo.
-Bueno
papaíto, pero no se enoje.
El par se alejó ahora a un lugar medio privado en
unos baños públicos poco conocidos. Los dos eran medios opuestos, pero se
llevaban bien. Los dos tenían este sentimiento compartido de odio a la ciudad,
de amor, de desesperación. Porque vinieron buscando buenos días, porque les dio
la misma ciudad en algún tiempos esos días buenos, porque luego les escupió la
ilusión en la cara, porque ahora sólo eran una peste. El harapiento era
divorciado que había salido de Cumbayork a parar en la Mejía por la puta
abogada de la exmujer. La negra era una modelo en Pedernales, hasta Miss por su provincia llegó a ser, pero
se negó ser poseía por el dueño de la agencia para seguir avanzando; ahora
vivía de aquello a lo cual se había negado. El harapiento pensó: “Curuchupas de cuarta categoría, la vida del
hereje es más sabrosa.” Enhorabuena la municipal no le había también
quitado el pan rancio, ahí tenía la plata para la negra.
Aururu
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