Era de
esperarse tal suceso, como la lluvia ante el preludio de borrascosas nubes.
¿Dónde había quedado su propia identidad? Mezclada entre impuros intentos de
educación y marginación estándar seguramente. La explosión de su propio ser
entre telarañas de oscuros encajonamientos fue inevitable.
>> ¿Qué es
lo que pienso? – contestó eufórica – pienso que todo esto me chupa un huevo.
Abandonó de inmediato el salón que siempre estaba rodeado
de extensas bancas y nulas identidades que igual que las paredes blancas, solo
reflejan todo lo brillante que se les anteponía en frente. La religión le había
enseñado a ser un conjunto, en lugar de ser una unidad. Y hoy que
particularmente no tenía ánimos de arrodillar su voluntad frente a nadie fue
terrible. Porque no se postró ante el altar,
le metieron primero un carajaso que le recordó su punzante dolor de cabeza y no
pudo evitar la instantánea reacción de segundera y directa respuesta –dígase
mandar al carajo a las monjas, al sacerdorte y luego escupir en la sagrada capilla - . Las monjas la
tomaron de las dos manos, y se la llevaron a rastras. Entre estos sucesos en el
dicho establecimiento se susurró que la Martita tenía el diablo dentro y que la
estaba exorcizando el padre Juaquín. La
Martita era la niña de pelo enmarañado y churoso traída cuando sus padres -cirquenses vale decir- murieran por cierto
extraño incendio cuando su caravana cerca de la iglesia se paró. Martita era la
niña de media estatura, Martita era la niña que dibujaba y jugaba fútbol. Luego
Martita fue la chica que odiaba a las monjas y se contrabandeaba libros.
Martita fue la joven que el padre Juaquín casi viola. Martita fue la joven que
les agarró a golpes causándoles casi l muerte a todos estos carceleros santos y
salió huyendo para formar su propio circo. Su propio circo para que ojalá no se
repita la historia.
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