Le gustaba caminar por la calle
porque decía que la vereda era incómoda. Le gustaba oír la insistente bocina de
los autos reclamándole paso por lo que supuestamente era de ellos. Le gustaba
degustar las mil y unas palabras que le proporcionaba cualquier conductor
recordándole que podía atravesar el asfalto y proclamar, rasgando la calle con
cuchillo, que estaba loca, psicópata.
A él le agradaba caminar por la
vereda porque decía que la calle era fría. Le gustaba atravesar la multitud de
gente y que al mezclarse con ellos automáticamente se le apartaran como si el
fuera un gran depredador y ellos débiles presas. Le gustaba las incontables
basuras entre todas las pisadas que las desperdiciaban, que de una forma automáticamente natural las degradaban. Le gustaba exhibirse como especie en
peligro de extinción por suaves y cómodos adoquines.
Los dos habían tropezado en medio
de sus gustos. Del lado contrario habían ido a parar, pero antes de caer se
habían chocado el uno contra el otro.
Ella llevaba pantalón rasgado. Él
llevaba uno bien planchado.
Ella llevaba corbata verde. Él llevaba
andrajosas telas de colores.
Los dos cayeron porque iban cantando
la misma canción.
Sus cabezas fueron lo primero en chocar. Sus manos fueron las últimas en sentir contacto unas con otras. Como inspiración macabra cantaron la canción que les había hecho caer de distracción, comenzarón a bailar. Entre la vereda, entre la calle, entre lo que existe y no. Bailaban para ellos, bailaban al compás de sus voces y de sus delirios. Bailaban dentro de sus propios silencios y gritos, bailaban desesperadamente. Bailaban para marcar el lugar en donde todo podría comenzar.
Sus cabezas fueron lo primero en chocar. Sus manos fueron las últimas en sentir contacto unas con otras. Como inspiración macabra cantaron la canción que les había hecho caer de distracción, comenzarón a bailar. Entre la vereda, entre la calle, entre lo que existe y no. Bailaban para ellos, bailaban al compás de sus voces y de sus delirios. Bailaban dentro de sus propios silencios y gritos, bailaban desesperadamente. Bailaban para marcar el lugar en donde todo podría comenzar.
Monsieur Periné. Monsieur
Periné,
eres buena escribiendo, te inspiras, tienes buen gusto para colocar citas de tus autores, sigue siempre brillando con este maravilloso don de la escritura.
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