No se estremecía cuando el sol quemaba sus pupilas, no se lograba
impacientar ante la larga espera, no se podría realmente consentir en formarse
a otro nivel o ni siquiera interpretar los murmullos a su alrededor.
Sus labios resecos estaban. No, no era que fuera la conversación que le
hubieran secado los labios, era la falta de su consentimiento en interacción
que se los había secado. Parecía piedra mal formada o incluso un barro
maltratado o quizá era al revés. Una piedra maltratada de quien nadie podía
tomar consuelo, un barro mal formado que no se le podía increpar a ningún
experto.
Era de agradecer que esos mismos labios por su parte querían abrirse y
agradecer lo vacío que estaba el lugar en donde sentada estaba.
Le hacía falta el vacío. El vacío que le daba paz le recordaba lo que
ella misma se había propuesto. Y el vació que se reflejaba en el "más allá del balcón". Ese vacio que se traducía en cuatro palabras, que se transcribía en la nada.
La nada era lo que realmente podía poseer, la
nada era su misma persona. Decidió abrazar a la nada, se preguntaba si la nada también le
abrazaría pues eso sería reconfortante. La nada no poseía nada: no poseía
alegría pero tampoco posería dolor, no poseía compañia pero tampoco poseía la
soledad.
Era perfecta, era lo que quería ser. Perfecta como la nada.La abrazó, se
agarró a ella, se perdió en ella, se mofó de ella, jugó con ella, sería guiada
por ella. La besó y deseo dejar morir su existencia humana.
Esa existencia humana que le ataba a la silla en donde se encontraba, la
existencia humana que le hacía darse cuenta que sus labios estaban resecos, la
existencia humana que no le permitía evaporarse, la existencia humana que le
repetía que debía interactuar con personas, la existencia humana que le daba
relaciones con otras personas y le hacían sufrir.
Oh sí, la nada no le haría sufrir como esos crueles doctores qué sólo le
llamaban "loca", sin fijarse que no estaba loca. Simplemente estaba
llena de huecos en su todo su cuerpo, huecos pudriéndose y llenándose de polvo.
Ellos decían que no los veían.
¡Ellos eran los locos por no ver los huecos! Por no ver que necesitaba
agua, por no ver que necesitaba urgentemente lanzarse de ese balcón para
alcanzarla a la bella dama que le proporcionaría todo, a esa nada que se balanceaba invitándola a ser libre.
Mirando el Retablo de San Jorge,
Aururu