Especialmente para el amigo de mi querida Mayrita,
Y para ella misma.
Donde estés, El día que fuese, El mes que sea, El año que desconozco.
Tú,
¿Quién te crees que soy? ¿De qué crees que estoy hecha? ¿No crees que merezca un poco de respeto? ¿No pudiste escribirme algo más? ¿Dónde estás? ¿Estás vivo?
Sí, estás vivo. Lo puedo sentir. Por algún lado sé que estás vivo, que aún respiras, que aún permaneces esperando que el semáforo cambie a rojo para poder cruzar, que aún sigues perdiendo dos esferos al día, que continuas caminando jorobado. Nunca logré entender por qué despreciabas tu altura.
Ser alto no es un pecado y aun así si lo fuese no importaría demasiado. Importante sería que te aceptases como eres, que pudieras ver que más que un pecado es el destino mordiéndote los talones para que despiertes y saques provecho de la circunstancia. Pero el destino es meramente despreciado cuando todo se basaba en reglas, ¿no es así?
Para ti era así: todo debe basarse en reglas, para mí era así, para todo el mundo es lo mismo. Demasiadas bases, muchísimas restricciones, una libertad que se la disfraza de libertinaje para que nadie la disfrute. Una lata con abre fácil pero que te la colocan con el letrero de “prohibido abrir”. Todos bajo el mismo presionante techo de miles de leyes, de miles de pecados por evitar; rodeados de prejuicios que estrujaban nuestras ventanas y nos encierran en un cuarto de medio metro cuadrado. Todo el mundo… Todo el mundo… ¡Pero no somos todos el mundo, sabes! Sólo eres tú. Sólo soy yo. Eres quien eres, soy quien soy.
Ya ni siquiera sé realmente bien a qué me refiero. No puedo encontrar el hilo de una conversa coherente cuando te escribo. Quizá jamás lo hice. De alguna manera era demasiado presionarte hablar contigo, es demasiado complicado escribirte cuando demasiados sentimientos se me amontonan y ni siquiera me permiten realmente respirar. Cuando asfixiantemente quiero gritar tu nombre, aun sabiendo que mi voz no escucharás más.
No te critico, no puedo hacerlo. No puedo criticarte rudamente por lo menos, porque los insultos que pasan por mi mente; la furia que rodea mis manos, y me incita a escribirte furiosamente, simplemente es aplacada por algo más profundo… Algo negro.
Negro. Odias ese color. Demasiado fúnebre ¿no? Pero por el negro nos conocimos, ¿lo recuerdas? Yo buscando desesperamente un esfero mientras estaba en la eterna fila de espera, tú detrás de mí. Yo pidiéndote un esfero y tú dándomelo. Posteriormente mi enojo dándose a conocer con apellido y linaje, al saber que era un esfero de tinta azul. No puedo evitar reír en este momento, fue tan infantil dejar que aceleradamente mi descontrol se enfadara contigo por darme un esfero de tinta azul cuando buscaba uno de tinta negra que luciera elegante. Demasiadamente infantil. Pero por ese error infantil nos conocimos, ¿no? Por ese infantil error me dijiste tu nombre, me explicaste que el azul es incomprendidamente elegante y me ofreciste una disculpa.
¡Ahora deberías estar dándome una disculpa! ¡En este momento deberías estar llamándome! ¡En este momento por lo menos debería saber dónde estás! ¿¡Crees que soy de piedra, de hierro, de aluminio, de eugenol!? Eugenol. Tú me enseñaste ese extraño nombre del clavo de olor. ¿Crees que me puedes dejar con todos extraños nombres que me enseñaste para cosas simples, sin recibir consecuencias? ¿Crees que es tan simple como “desaparecer” para librarte de mí?
Parece que así lo crees porque te largaste con tus cuatro maletas a la nada. Sí, a la nada. Y no sé si fueron cuatro maletas, quizá fue un camión entero porque en tu dirección sólo se ve un letrero de “ARRIENDO O VENDO”. Tú teléfono está suspendido. Y es una hartera recibir correo electrónico de rebote indicándome que probablemente me equivoqué de dirección electrónica. Por esto mismo, te fuiste a la nada, desapareciste, ¡desapareciste!
Me pregunto si no tuviste tiempo de despedirte. Es decir, mira hemos convivido más de 5 años juntos por lo menos por eso deberías tener la decencia de un “hasta siempre”. Yo sé, y te lo he dicho, que al principio ni siquiera me agradabas, y que tener un compañero 9 años mayor que yo en medio de la clase era algo un poco extraño, en medida de que seguramente no se experimentaban casos así todos los semestres en la mayoría de universidades del sector. Es perfectamente anormal diría yo, pero lo que sea o no sea “normal” creo que ya deja de interesar en este punto. Por esa discusión es que comenzó esto ¿verdad?
Yo conversando en un lado opuesto, frustradamente tratando de defender mi punto de la “inexistente normalidad”. Era estimulante la discusión, era excitante formar arcilla moldeable de las mentes de mis espectadores, estimulante el dominio de masas. Hasta que para poner alto a mis arrebatos de poder te adentraste en aquel dominio, en aquella conversación para ser mi letrero rojo en medio de la calle; que te obliga a detenerte sin importar cuán apresurado o picado estés. Oh sí, te comencé a odiar a ese momento no lo niego.
Pero como si fueran hilos finamente tejidos, se nos ponía una y otra vez juntos. Aunque es lo más probable que nuestros hilos sean de aquellos que se sobreponen, de los cuales están mal colocados, errores, suposiciones, alteraciones en el sistema. Estas alteraciones, estos caminos interminablemente entrecruzables me permitieron saber que: te odiaba por algunas razones, que te comencé a estimar por interminables contradicciones, que te comencé a querer por inentendibles explicaciones y que finalmente te comencé en algún momento a amar porque fue imposible no hacerlo.
Que comencé a amar tu mundo, comencé a amar tus sueños, tu incansable esfuerzo, tus problemas, tus rebeldes cabellos, tu maleta negra, tus esferos de azul, tus manos temblando cuando tenías nervios; te comencé a amar aun sabiendo que no sólo era la casi década que nos separaba, sino también la ley.
Esa ley que tanto amabas, que idolatrabas, que seguramente idolatras. La ley que te mantenía ya atado, aquella que me escribía en letras gigantes y que gritando me decía que no eras libre. Una ley que no sólo me decía que estabas casado, sino que tu pequeño hijo seguramente te esperaba en casa todos lo días, que me decía que mi imaginación era un ilegal imperfección en el mundo ideal que tu tanto soñabas.
Un mundo que quisiera haber podido soñado junto a ti.
Me pregunto si yo no te hubiera pedido una respuesta aún seguirías aquí, me pregunto si no hubieras desaparecido si no te hubiera hablado. Aún me cuestiono si a pesar de todo realmente si no hubiera mencionado nada podrías haber seguido siendo amigos. Sólo amigos. Sólo amigos. No, no era una opción considerable para mí, no quería ser sólo tu amiga, no quería. Ahora quizá lo estoy reconsiderándolo… Porque es una opción más alentadora que lo que estoy viviendo ahora, algo más alentador que no volverte a ver nunca jamás.
…..
Pero ese lado tuyo que te pide responder al desvalido te impidió irte limpiamente ¿no? Puedo reconocerlo: es una hoja de tu agenda. Pude palpar vivientemente la fuerza del escrito. Dos palabras. No eran las ocho letras que esperaba en mi buzón, estas ocho letras de dos palabras: “Lo siento”.
No. Fueron nueve letras. Aunque igualmente dos palabras. Rodeadas no sólo por un gran espacio vacío, sino por el infinito de las emociones, rodeadas por el perenne destino de magia negra. Una magia negra que para ti representaba un pecado, un deseo un sentimiento que no querías aceptar.
Así pues que estoy aquí, sentada en medio del parque con la nota en mi bolsillo. La nota de la respuesta que esperaba. La contestación a mi tan furioso “Te amo”. Este papel arrugado en mi bolsillo que tenía escrito: “Yo también”.
Lo repito eres un idiota. Un gran enorme idiota.
Y yo aquí estoy sentada escribiéndote una carta que más que odio, que más que tristeza es nostalgia. Porque tú lo sabes, porque yo lo sé. No soy tu “media naranja”, no eres mi complemento. Somos simplemente uno. Llámalo destino, brujería, voluntad de Dios, el cosmos, mundo espiritual, tonterías. Pero es así. Yo fui creada para ti. Tú eres mío. Una sola esencia.
Yo lo siento, lo puedo percibir casi palpable. ¿Por qué el tiempo no nos reunió en el momento adecuado? ¿Por qué escapa de nuestras manos el agua de vida? ¿Por qué no nos rencontramos antes? ¿Por qué? ¡¿Por qué?! ¿por… qué?
Sé que probablemente no leerás esto, sé que probablemente yo romperé este viejo papel, sé que probablemente quieres ignorar todo esto. De cualquier manera no importa, si no te escribía me hubiera pulverizado en este instante, hubiera desaparecido en con la incansable brisa.
Y por ahora yo no quiero desaparecer. Carece de interés para mí desaparecer en estos momentos Quiero vivir, quiero buscarte, quiero acosarte, encontrarte, golpearte. Quiero verte de nuevo. Porque maldito idiota, yo…yo siempre te amaré.
Siempre…,
Yo.
"¿Cónoces sus nombres? Pues yo sí.",
Aururu
How nicely you write!!! This is a perfect sample of what art is. You know, I very much admire how real life looks like literature and vice versa... I sometimes can't distinguish which is which. An absolutely excellent job dearest! Well done!
ResponderEliminarGerson Thank you very much, dearest!
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