Marrón.
No maldije el haber abierto de nuevo los ojos e instantáneamente mirar al techo pero sí una sensación de lamento se extendió inmediatamente sobre todo mi alma, invadiendo como un virus a posteriormente a mi cuerpo. Mis rodillas empezaron a molestarme inmediatamente me hube incorporado. A veces olvidaba que sencillamente no debía moverme tan bruscamente, ignoraba que ya no podía hacerlo.
Luego de vestirme silenciosamente, actualicé mi calendario. La sensación que me invadió al abrir mis ojos me golpeó como una fuerte oleada marina, haciendo incluso que me tambalee al darme cuenta de la fecha actual: 5 de Julio.
-Luis, ¿es que ya estás despierto? - oí el grito que ya imaginé que vendría.
Sin responderle bajé lo más rápido que mis cansadas piernas y mis gastadas rodillas me lo permitieron. Encontrándome con la revolución matutina.
-¡Buenos Días Luisito! - me saludaron al unísono las gemelas, Karin y Valeria, saltando casi instántaneamente a besar mis dos mejillas.
-Buenas - me saludó Cristian, mientras me indicaba mi silla, e indicándome con la mirada que la aquella persona que me llamó a gritos, estaba más enfadada de lo común.
-Buenos Días, Leonard... - intenté saludar a aquella persona.
-¿Cuáles "buenos"? Mejor siéntate a comer la poca mermelada que nos dejaste. - espetó rechanzando mi saludo, era algo habitual más no podía evitar que me doliera en cierta manera.
-Pero papi, Luis... - intentaron explicar las gemelas que efectivamente yo no había ni siquiera probado aquella mermelada, sino que les hice un sánduche para aquellas dos gotitas de agua, y para el joven que sentado a mi lado iba a empezar a discrepar también. Al instante puse mi dedo índice en medio de mis labios cerrados indicándoles que guarden silencio.
-Me mato trabajando para que claro, ¡me vayas rompiendo cosas, para que me gastes las comida sin pensar en los demás! ¡Esto es tan insensato! ¡Niños, rápido su desayuno o llegaremos tarde, y tú también come, o es que ahora me vas a despreciar la comida!
Sin una sola palabra y mientras en el fondo sonaban las noticias por la radio. Todos intentamos comer. En medio de eso, no pude evitar recordar cómo era desayunar con aquella persona. No pude evitar preguntarme cómo sería la sitaución actual si fuera más joven. No pude evitar cuestionarme si realmente me había convertido en algo inservible. No pude evitar sentirme viejo.
Aunque lo de "viejo" era una verdad incuestionable.
-Hoy, iré al parque. - anuncié viendo que pronto acabaríamos de desayunar.
-¿qué hoy qué? Sabes que...- dijo mirando a su reloj- haz lo que quieras. Vámonos niños.
Los chicos le obedecieron de inmediato. Cristian tomando su maleta ayudó a sus una de sus pequeñas hermanas, yo ayudé a la otra.
-Luisito, ten cuidado y cruce viendo a los dos lados la calle. - dijo Karin.
-La maestra siempre nos dice eso. - completó Valeria.
-Lo haré pequeñas, hora corran que su padre quizá no está del mejor humor. - Asintieron cruzando atrás de Leonardo la puerta.
-Vuelve a casa quieres, y perdona a papá anda más irritado de lo común. - mencionó Cristian antes de irse.
Lo vi irse y no pude evitar susurrar en mi mente algo que quería decir a Leonardo "Que tengas buen día, hijo."
Efectivamente, salí al parque. Quizá era un poco masoquista hacerlo, pero hoy tenía que ir. Encontré la gastada banca que hizo que me invadiera de nuevo una ola de nostalgia. Mi persona más amada me había dejado un día como hoy, 5 de julio. Sentado en la gasta banca que un día había compartido con esa persona, mis lágrimas no pudieron deternerse.
Siempre temí llegar a la edad que ahora profesaba, pero ahora tenía más miedo por la tardanza de aquello que inconscientemente anhelaba.
La muerte estaba dolorosamente atrasada a mi encuentro.
¿Sufre más aquél que espera siempre, que aquél que nunca esperó a nadie? - Neruda,
Aururu